Argentina se encuentra en una crisis económica terrible que es sólo una continuación de otras crisis que ha tenido desde fines del siglo XIX (en 1876, 1890, 1914, 1950, 1952, 1958, 1967, 1975, 1985, 1989, 2001 y 2018-2023). Como en todos estos casos de crisis endémicas, la crisis es el resultado de un comportamiento de la población que ésta no quiere cambiar.
El problema fundamental es que los argentinos se han otorgado más beneficios estatales que los que están dispuestos a pagar con sus impuestos, por lo que el gobierno tiene persistentemente altos déficits fiscales. El gobierno paga estos déficits imprimiendo dinero a un ritmo tan alto que genera inflaciones que, como la que ahora azota al país, está por encima del 100% (en este momento, 114%). En el proceso, como el país necesita dólares para funcionar y nadie en su sano juicio le presta porque no paga, Argentina buscó y encontró en el Fondo Monetario Internacional una institución crédula que le facilita los dólares. Ahora es el deudor más grande del Fondo y es muy dudoso que alguna vez le pague ($46 mil millones).
Como el banco central orienta el crédito hacia el gobierno, cerca del 75% del crédito del sistema bancario (bancos comerciales más el banco central) se va hacia el sector público, dejando al sector privado con sólo la cuarta parte del crédito total del sistema. Esto, por supuesto, tiene un impacto muy fuertemente negativo en la inversión y en la operación del sector privado, reprimiendo la producción y el ingreso del país. Todo esto hace que Argentina viva en una mentira. Los beneficios que se dan son de mentira porque no alcanza el dinero para darlos y por tanto se aguan y los servicios públicos no entregan lo que se supone que deberían. El gobierno no sube los impuestos por el camino normal pero los impone a través de los precios cada vez más altos que la gente paga por la inflación, que es el resultado de que el banco central crea dinero para financiar el déficit del gobierno. Así, la gente recibe cada vez peores servicios públicos y salarios reales cada vez más bajos en un circulo realmente vicioso. Como el pueblo no quiere reconocer que el problema es, en el fondo, que quieren adjudicarse más de lo que alcanza, y no quiere pagar más impuestos, los paga en forma de esa inflación.
Argentina ha estado en esta situación desde el último cuarto del siglo XIX, buscando líderes que les haga el milagro de componer todo sin cambiar nada. Y así han pasado de Irigoyen a Perón, y de este a su mujer, y de esta a los militares, y de estos a los Kirchner, y de estos al presidente actual, con la economía cada vez más vulnerable.
La dolarización resolvería este problema porque el banco central no puede crear dólares. Punto. Sin creación monetaria, la inflación y todo lo que la acompaña colapsaría. Los beneficios de la dolarización para Argentina serían enormes. No debería de haber mucha discusión sobre el tema.
Sin embargo, la dolarización se ha vuelto políticamente espinosa porque se ha identificado con la candidatura de Javier Mieli, que la ha mezclado con un programa controversial que no solo tendrá mucha oposición durante las elecciones sino también, en caso de que él gane, para llevarse adelante. La situación se ha vuelto tal que para lograr la dolarización sería necesario votar por todo el resto del programa de Milei.
Lo ideal sería que otros candidatos tomaran también la idea, pero hasta ahora ninguno lo ha hecho. Sergio Massa, ministro de economía y candidato presidencial por la Unión por la Patria de Argentina ha presentado una propuesta monetaria supuestamente en respuesta a la de Javier Milei. Aunque no ha presentado detalles es bien claro que ni él ni el equipo entienden el problema que tiene Argentina ni, por supuesto, lo que habría que hacer para evitar resolverlo.
La propuesta es crear un peso electrónico emitido por el banco central. El problema de esta propuesta es que no resuelve el problema monetario de fondo. El banco central podría seguir imprimiendo dinero para financiar los enormes déficits fiscales del país o para estimular un crecimiento artificial más allá de la productividad del país, como lo ha estado haciendo durante la mayor parte de los últimos cien años, sin ninguna restricción. Si la nueva moneda electrónica se crea con el mismo abandono, la inflación seguiría siendo endémica, la moneda seguiría depreciándose y la gente seguiría pagando el impuesto implícito en el aumento constante de los precios. Nada cambiaría.
La dolarización, en cambio, resolvería este problema porque el banco central no puede crear dólares. Pero, como está la cosa, que se lleve adelante está ligado a un candidato que es controversial y que en caso de ganar crearía un ambiente probablemente muy conflictivo.
Manuel Hinds es Fellow del The Institute for Applied Economics, Global Health, and the Study of Business Enterprise de Johns Hopkins University. Compartió el Premio Hayek del Manhattan