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Ética ecológica para nuestro tiempo

La explotación del medio ambiente que proponen se convertirá, siguiendo la lógica de sus actuaciones, en la manifestación externa de su falta de sensibilidad hacia el prójimo.

Por Mario Vega

En la antigüedad Tomás de Aquino se preguntó: «¿Es lícito matar a cualquier ser viviente?». Su respuesta, en sintonía con Aristóteles, fue: «Si el hombre usa de las plantas en provecho de los animales, y usa los animales en su propia utilidad, no realiza nada ilícito». En la ética de estos pensadores era patente que el ser humano se encontraba al centro. Las otras formas de vida estaban supeditadas y su valor dependía de la utilidad que prestaran a los humanos. Pero se puede argumentar en descargo de estos sabios que lejos estaban de imaginar las capacidades que el hombre llegaría a desarrollar para partir montañas, desviar ríos, secar lagos, descuajar bosques, contaminar parajes y muchos otros ecocidios. 

A la luz de lo que la soberbia humana ha demostrado ser capaz, en el presente se hace necesario revisar esa ética antropocéntrica para sustituirla por una ecocéntrica, con el fin de conservar la vida tal como la conocemos. Una propuesta más acorde con nuestro tiempo afirma que el uso de los recursos naturales es correcto cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. El ser humano debe transcenderse a sí mismo rompiendo su conciencia aislada para considerar el impacto que provoca cada una de sus acciones y decisiones. La vida humana no es posible aislada de su contexto y, desde esa perspectiva, se hace imperativo el reconocimiento de una interdependencia tal cual la propone el libro de Génesis. La existencia humana es posible gracias a tres relaciones fundamentales: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Estas están estrechamente relacionadas y cuando se produce una ruptura surge el pecado.

La explotación utilitarista de la creación se basa y se justifica tan solo por la relación de costos y beneficios. El problema con ese criterio es que no son las mismas personas las que deben cargar con los costos y gozar de los beneficios. Por corrupción política los costos son el espacio de muerte para los pobres y los beneficios son para los que ejercitan el poder de los privilegiados sobre los excluidos del bienestar. Por lo tanto, la explotación utilitaria es una acción pecaminosa. Pero los costos no solo los paga la generación presente, sino también las venideras, con lo cual, el pecado adquiere mayor perversidad al negar la vida plena a un número indefinido de personas.

La naturaleza posee un valor que excede el uso que de ella pueda hacer el ser humano. Al depredar los ecosistemas no se logra un equilibrio entre lo que se toma y lo que se da. Las pérdidas medioambientales y los daños a las formas de vida constituyen valores que exceden todo cálculo. Cada componente natural adquiere un valor superior cuando se toma en cuenta el rol que cumple en su respectivo ecosistema. La abeja, por sí sola, parece no tener mucho valor, pero si se toma en cuenta su papel polinizador, resulta que las cosechas y el sustento humano dependen de ella. No hay nada superfluo en la creación. Cada criatura, cada planta y cada mineral, juega un importante lugar en el delicado equilibrio de las condiciones para la vida en el planeta.

El concepto de «uso racional» de los recursos debe moralmente ponerse en duda cuando quienes lo proponen se han dado a conocer por largo tiempo por su visible crisis ética, cultural y espiritual. El desprecio de los desposeídos, que exhiben con lujo de detalles, resulta un presagio del desprecio en general por la vida. La explotación del medio ambiente que proponen se convertirá, siguiendo la lógica de sus actuaciones, en la manifestación externa de su falta de sensibilidad hacia el prójimo. El sentido común conduce a prever que lo que esperaría a las comunidades sería que se les agreguen nuevos males, nuevas causas de sufrimiento y verdaderos retrocesos.

Los cristianos, como mensajeros de reconciliación, son convocados por la ética cristiana para hacer ver a los demás la importancia de valorar y defender los ecosistemas como expresión real de amor al prójimo, en especial a los más vulnerables. Debe ejercerse una abogacía para reconciliar a los humanos entre sí, con Dios y con el planeta. Es parte de la Gran Comisión a la que todo creyente es llamado.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Minería Opinión

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