La preocupación de las iglesias por el medio ambiente no es nueva y tampoco es el producto de motivaciones políticas partidarias. En 2017 fueron las iglesias quienes abanderaron el esfuerzo para lograr la prohibición de la minería metálica en El Salvador. Es natural que hoy, cuando tal logro ha sido desmantelado, vuelvan a manifestar su preocupación y su lucha, la cual, se fundamenta en profundas convicciones teológicas, ética y sociales.
Uno de los fundamentos que sustentan el interés cristiano por el medio ambiente es el concepto de la mayordomía de la creación. Según el relato del Génesis «Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara». La interpretación cristiana de ese relato es que los seres humanos deben actuar como administradores de la creación, debiendo proteger y cuidar la tierra para las futuras generaciones. Esta idea subraya la responsabilidad de cada creyente ante Dios por el estado del medio ambiente. Cuidar la naturaleza es, en esencia, un acto de espiritualidad, fe y obediencia.
Para los cristianos, proteger la creación no solo es una cuestión de ecología, sino también un acto de amor al prójimo. Todo deterioro ambiental conlleva consecuencias directas en la salud, el bienestar y la calidad de vida de quienes tienen menos recursos para adaptarse o recuperarse. De esta manera, el compromiso ambiental se transforma para las iglesias en un mandato moral de equidad y solidaridad, donde cuidar la naturaleza es una forma de tender la mano a los necesitados. La degradación ambiental no afecta a todas las personas de la misma manera. Las consecuencias de la contaminación, el envenenamiento del agua y la pérdida de la biodiversidad impactan de manera desproporcionada a las comunidades más vulnerables y marginadas. Conociendo estos hechos, las iglesias adoptan el compromiso de amar al prójimo a través de la defensa del medioambiente.
Pero también existe una dimensión ética que impulsa a los cristianos a involucrarse en el tema de la minería. La indiferencia frente a la degradación de los ecosistemas la consideran una negligencia moral que contradice los principios de amor y cuidado hacia los vulnerables. No se limitan a orar, actúan y cumplen prácticamente el mandamiento del amor. Esta perspectiva ve el daño ambiental equivalente a despreciar el regalo de Dios para la humanidad. Por tanto, el compromiso con la integridad del medio ambiente se erige como un imperativo ético: es una responsabilidad cristiana actuar de manera proactiva para proteger los recursos naturales, como muestra de gratitud y fidelidad al creador.
Además, la protección ambiental es parte de la Gran Comisión de llevar las buenas nuevas a la humanidad. El cuidado de la creación es una forma de testificar del amor y la justicia de Dios en un mundo marcado por crisis ambientales y sociales. Al comprometerse con iniciativas de defensa del agua y la biodiversidad, las iglesias dan un ejemplo concreto de cómo la fe se traduce en acciones transformadoras a favor del bien común y la justicia. Se trata entonces de una evangelización basada en la praxis que sirve para acercarse a aquellas personas amenazadas por la minería para acompañarlas y llevarles aliento. Nadie pone en duda que la evangelización es la tarea de las iglesias; la protección ambiental es una forma de evangelización basada en hechos más que en palabras.
En definitiva, el involucramiento de las iglesias en el tema de la minería está enraizado en principios bíblicos y en un compromiso sincero con la justicia y el bienestar común. Con las evidencias científicas sobre los graves riesgos de la minería en un país con las condiciones de El Salvador, con baja densidad de oro y crisis hídrica, las iglesias han pasado a ver la protección ambiental como una prioridad urgente. Lejos de tratarse de una postura política o meramente cultural, se fundamenta en la convicción de que cuidar el medio ambiente es cuidar la obra de Dios, un llamado a la mayordomía responsable que trasciende las divisiones y se orienta hacia el bienestar de toda la población. Es un esfuerzo por vivir de manera coherente los valores cristianos que promueven una sociedad más justa, sostenible y solidaria.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.