La minería metálica encuentra resistencia en casi todos los países. Por esa razón, las empresas mineras utilizan razonamientos engañosos que aparentan ser válidos para persuadir a las comunidades a aceptar la explotación de sus recursos. A esas manipulaciones engañosas se les da el nombre de falacias. Es importante conocer cada uno de esos argumentos falsos para no ser sorprendidos cuando las mineras incrementen su trabajo de persuasión.
Una de esas falacias es la llamada «ad populum», la cual consiste en argumentar que la mayoría de la población está a favor de la explotación minera, sugiriendo que quienes se oponen o están en desacuerdo son una minoría. La verdad es que toda la información que se encuentra disponible indica lo contrario. Todas las encuestas que se han hecho en El Salvador en los últimos meses indican que alrededor del 60% de la población está en contra de la minería metálica. Además, la consolidación de organizaciones y movimientos de comunidades en defensa del ambiente y la salud, demuestran que la mayor parte de la población se opone a la explotación minera en nuestro país y quienes la favorecen son la verdadera minoría.
Otra de las falacias es la de la apelación a la autoridad. Esta consiste en presentar y difundir las opiniones de «expertos» que afirman que existe la minería verde, que relatan cómo otros pueblos lograron un despegue económico impresionante por medio de la minería. El engaño de este recurso se encuentra en que esas opiniones son emitidas por personas que tienen vínculos con las empresas mineras y que, por tanto, se ven beneficiadas al avalar la explotación de los recursos. Las investigaciones académicas y las evaluaciones ambientales independientes han puesto en evidencia que las proyecciones optimistas defendidas por los «expertos» vinculados a la industria minera rara vez consideran los impactos al largo plazo, como la degradación de los recursos naturales o los problemas de salud pública.
Informes de organizaciones como Transparencia Internacional y otras muy reconocidas han documentado casos en los que la credibilidad de esos «expertos» está comprometida por conflictos de interés, lo que refuerza la importancia de no aceptar las opiniones que supuestos conocedores expresan. Para el ciudadano común es difícil saber si un opinador tiene o no vínculos económicos con empresas mineras, pero, por la misma razón, es importante contrastar las opiniones y poner atención a los argumentos. Se deben favorecer los datos de los estudios independientes que puedan ser verificados.
Otra de las falacias comunes de las mineras es la de la falsa causalidad. Esta asegura que la explotación minera genera empleo, mejor vivienda, educación y salud, pero sin poder demostrar que exista una relación causal directa. La costumbre de las mineras es la de construir algunas casas, escuelas y unidades de salud nuevas para reforzar la falacia, pero la verdad es que esas pocas construcciones no son beneficios de la minería metálica sino parte de la inversión en propaganda que hacen para que las personas acepten la explotación de los recursos. Numerosos estudios económicos demuestran que lejos de impulsar el desarrollo, la explotación de los recursos puede provocar desequilibrios económicos y sociales de largo plazo. Las evidencias indican que en la medida en que crecen los ingresos mineros se observa una menor inversión en educación e infraestructura, lo que impide un desarrollo diversificado. A esto es a lo que se le llama «la maldición de los recursos».
En países en los que las empresas mineras realizan operaciones desde hace años, se han comprobado y cuantificado los daños irreversibles en la calidad del agua, pérdida de la biodiversidad y aumento de enfermedades, lo cual desarma la falacia de que la minería mejora la calidad de vida. El norte de Perú y el altiplano chileno son regiones donde la minería ha proporcionado nuevas plazas de trabajo, pero que son temporales y para las cuales se necesitan cualificaciones que los pobladores locales no poseen. En la contrapartida, ha generado desigualdades, conflictos sociales, contaminación del agua para la agricultura y el consumo humano, mayor incidencia de enfermedades respiratorias y cáncer. Al realizar el balance entre beneficios y pérdidas, las comunidades salen claramente perdiendo. Lo más lamentable es que se trata de pérdidas para las que ya no hay retroceso.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.