El oro es uno de los bienes más valorados en la actualidad y está palpable en todas las áreas de la vida del ser humano. Se emplea mayoritariamente en la joyería, también se usa en relación con el intercambio monetario para la fabricación de monedas y como patrón monetario; se usa como mercancía, en la medicina, en alimentos y bebidas, en la industria, en los componentes electrónicos y en la química comercial y en las telecomunicaciones, es decir, que es inevitable su uso.
El oro se conoce y se aprecia desde tiempos remotos, no solamente por su belleza y resistencia a la corrosión, sino también por ser más fácil de trabajar que otros metales. Debido a su relativa rareza, comenzó a usarse como moneda de cambio y como referencia en las transacciones monetarias internacionales.
En estos tiempos, los países emplean reservas de oro puro en lingotes que dan cuenta de su riqueza y que respalda la emisión de papel moneda. Ahora, si bien es cierto que se necesita el oro para el desarrollo humano, no por ello se debe sacrificar el oro líquido que es el agua, dado que, en términos de preservación de la vida, el agua viene hacer mucho más importante que el agua.
El oro no se puede beber ni masticar; es por ello que se vuelve imperioso que todos los ciudadanos cuidemos los recursos naturales, ya que Dios puso bajo nuestros pies una verdadera riqueza y mina de oro, como lo son los mantos acuíferos, que son la verdadera razón de la vida.
Los expertos en recursos hídricos señalan que por cada kilogramo de oro extraído en la minería metálica se emplean alrededor de 130 mil litros de agua, los cuales, al convertirse en aguas residuales, contaminan al menos 46.8 millones de litros de agua de los mantos acuíferos, es decir, un verdadero desastre.
En otras palabras, no existe en el mundo una minería metálica que sea amigable con el medio ambiente y que tenga como propósito cuidar los mantos acuíferos para las futuras generaciones, ya que las corporaciones que extraen el oro, por defecto usan químicos como mercurio y cianuro, dado que estos componentes químicos vuelven sostenible la productividad y, en consecuencia, es mucho más rentable para los accionistas, ya que ninguna corporación se embarcará a extraer oro por un acto de beneficencia y poner a disposición de los pobres sus ganancias para mejorar la calidad de vida de esas personas.
Recordemos que la calidad de agua depende del sano equilibrio del medio ambiente, el cual es perjudicado en gran parte por la acción de corporaciones mineras que además desfavorecen la salud pública, desplazan a las familias más pobres de su modo de vida. Se creía que este era un episodio que se había cerrado en el 2017 cuando se prohibió la minería metálica; sin embargo, ahora se vuelve a ver amenazado el medio ambiente al autorizarse la minería metálica mediante un madrugón de ley.
Esto, sin duda, tiene preocupado a todo el país, y nos es para menos la contaminación, sobre todo porque no existen reglas claras de cómo será la explotación minera ni cuáles son los estudios que aduce el Gobierno Central, en los que se garantice la preservación de la vida humano por encima de las riquezas. No olvidemos que la mayoría de las mineras en Latinoamérica son manejadas por empresas privadas extranjeras, principalmente canadienses, británicas y chinas. México es el principal productor de plata; Chile, de cobre; Bolivia, de litio; Brasil ocupa el tercer lugar como productor de hierro, y Perú está entre los primeros productores de plata, cobre y oro.
Estos países concentran el 85% de las exportaciones minerales de la región. Pese a ello las corporaciones mineras casi no contribuyen fiscalmente, no hay una aportación directa de parte de las minerías al Estado y las ganancias económicas terminan en las manos de los socios de estas corporaciones, mientras que los costos sociales y ambientales, así como los muertos los ponen las familias más pobres, siendo estos los primeros contaminados.
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