Le ocurre lo que a Víktor Orbán, el jefe de gobierno de Hungría, cuando era la esperanza blanca del liberalismo. En ese momento era el líder de Fidez, una organización cuasi estudiantil en la que se había impuesto por sus discursos anticomunistas. Era el heredero natural del conde Otto Graf Lambsdorff al frente de la Internacional Liberal. Lambsdorff, exministro de Economía de Alemania, fue quien me lo recomendó. Recuerdo que me preguntó, al regreso de mi viaje a Hungría, qué me parecía como su sustituto al frente de la IL.
Le dije que me parecía magnífico. Y así era … hasta que Orbán percibió que los votos en su país estaban en otra parte. Dados los antecedentes autoritarios de los húngaros, los votos estaban en personificar a los inmigrantes como tipos deleznables y en creer en todo tipo de conspiraciones. (Esto es, lo contrario del liberalismo). Estaban en culpar de todo a George Soros, la otra persona muy notoria de origen húngaro, lo que le daba una connotación bastante antisemita en un universo en el que esa práctica repugnante no es siempre condenada, como sucede en regiones de Hungría. Estaban en tratar de responsabilizar de las malas decisiones de los políticos a “los burócratas de Bruselas”, sin admitir que Putin es un canalla que se ha ganado a pulso la hostilidad de la Unión Europea tras su agresión a Ucrania.
Es decir, Orbán, más que un ultra de la derecha fascistoide, es un oportunista. ¿Qué es peor? Realmente no lo sé, pero en líneas generales me parece que el mayor pecado de un político es ser inconmovible y dogmático. Los oportunistas siempre pueden cambiar de casaca. Orbán en estos tiempos se ha transformado en un fascista. Mañana puede ser otra cosa. Las modificaciones sustanciales que han existido en Europa (España, Portugal, la propia Rusia, la Alemania de posguerra, se han debido a los oportunistas).
De los fanáticos siempre hay que esperar lo peor. De los Steve Bannon de este mundo, hay que esperar lo más grave, incluso una estafa, dado que este caballero —certificado como estafador por los tribunales de su país, pero luego perdonado por Donald Trump— vende la “antiglobalización” y el “nacionalismo” a precio de oro, cuando se trata de estiércol generado antes de la Segunda Guerra mundial. Mierda vieja y seca.
¿Es Meloni una fanática o una oportunista? A mi juicio: también es una oportunista. Creo que lo que protagonizó en España era una maniobra electoral. La señora Meloni llegó a predicarles a los conversos. A los que se emocionaban con el respaldo a la señora Olona. Meloni tuvo un efecto menor sobre Andalucía. Importar agitadores extranjeros siempre es un mal negocio. Con independencia de los honorarios, cuestan caro los hoteles de 4 o 5 estrellas, y los boletos en avión en clase preferente. El elector convencional generalmente cree que el extraño es un tipo poco influyente en el sentido del voto, y tiene razón. Jamás he conocido a nadie que cambie su voto de lista electoral, trátese de Vox trayendo a la Meloni, o Podemos haciendo lo mismo con Maduro, Cabello o con Stalin revivido.
¿Hasta qué punto la señora Meloni ha recogido la tradición fascista italiana? Creo que no hay nada de eso. El fascismo fue un movimiento único en la historia de su país. Ni siquiera España fue fascista. Franco fue un astuto militar, muy católico, partidario de la ley y el orden cuarteleros. Ni siquiera la Falange era totalmente fascista. Le sobraba catolicismo para esa tarea y le faltaba sindicalismo, pese a las JONS.
Benito Mussolini consiguió electrizar su país en la segunda quincena de octubre de 1922 ordenando que sus “Camisas negras” tomaran Roma (apenas 30,000 personas) dentro de un plan premeditado para enterrar al pensamiento liberal, gran enemigo del fascismo. El propósito de la marcha era ése: liquidar el parlamentarismo liberal. Se olvida que Mussolini había sido socialista. Incluso, se olvida que Lenin tuvo simpatías iniciales por el fascismo, como se explica en el libro de Emilio Gentile sobre los dos fundadores de las más mortíferas ideologías de la historia. [©FIRMAS PRESS]
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