El grave problema es creer que nos merecemos vivir en la suciedad, que es normal vivir en el caos, el desorden y la contaminación y que son parte natural del paisaje: que una ciudad limpia es un sueño y que eso sólo es propio de los países desarrollados. Así trabaja el subconsciente, peligrosamente haciéndonos creer que no podemos y que todo está en contra nuestra. Pero a base de disciplina, constancia, mensajes oportunos, la visión puede cambiar. Somos dignos de merecernos una ciudad y una nación más limpia.
Comencemos por nuestro espacio, la acumulación no es buena, la falta de clasificación, desechar lo que ya no ocupamos (y lo que otros aún pueden ocupar), detectar los riesgos en nuestro entorno, saturación de algún toma corriente, dejar contactados los cargadores del celular. Dejar residuos en nuestra habitación y que por no barrer o trapear se vayan acumulando y sean imán de plagas que atenten contra nuestra salud. El orden en nuestro hogar, haciendo bien el ejercicio correcto de separar y ordenar, va a contribuir a cambiar esa noción errónea de que nos merecemos vivir en el caos. Además es un ejemplo muy poderoso para las futuras generaciones, que no van a querer repetir patrones en el futuro.
Si en casa comenzamos (a ser ordenados y limpios), toda esta buena acción se va a trasladar al lugar donde estemos: empresa, universidad, calle, otro país, Iglesia, etc. y va a generar un impacto positivo. Además, aunque no lo creamos, eso será un ahorro enorme en recursos y presupuesto, porque hay que decir las cosas como son, durante años, nosotros mismos con nuestros impuestos, gastamos en darle solución a nuestra mala educación.
Estamos acostumbrados a creer que el camión de basura y el barrendero son los responsables de la deposición final de nuestros desechos. Sólo por el manejo de una tonelada de basura sin tratar que va al relleno, casi gastamos $100 dólares como municipio, dinero que se pudiera ocupar para fortalecer la educación medio ambiental y generar más empleos verdes
En una capital sumergida en el caos, la contaminación, la basura, todo es sombrío, no hay esperanza, nos va haciendo más insensibles, nos acostumbra al ambiente insalubre, a tolerar a los que creen que la quebrada y el río va a solventar la problemática del desecho, a creer que es normal talar un árbol centenario que produce gran cantidad de oxígeno sólo porque sus hojas ensucian la acera.
La Alcaldía de San Salvador tiene en sus manos la gran oportunidad de transformar la visión errónea de la ciudad sobre la limpieza. Hay que crear polos de limpieza en la ciudad capital, estimular la acción ciudadana, desde los barrios más populares hasta los residenciales más exclusivos, acompañados, eso sí, por aquellos empresarios comprometidos con el desarrollo social y sostenible. Una ciudad limpia, que recicle, que reforeste, es más productiva, es menos violenta, menos pesimista. Enarbolemos el concepto de vivir dignamente y limpio en la capital.
Publicista y ambientalista/Chmendia