Además de la frase que nos advierte que “¡el mar no se queda con nada, todo lo devuelve!”, esta semana conocí otra que me impactó: “¡Lo que pasa en el océano no se queda en el océano!”. La descubrí leyendo la revista online “La conversación”.
Dice la periodista Ana Sanz: “Lo que pasa en el océano no se queda en el océano”. Con esta concisa pero reveladora frase resumen Fernando Aguilar y Cristina González, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el papel clave que juegan las masas de agua salada, que hacen que nuestro planeta se vea de color azul desde el espacio.
El océano tiene un impacto directo en nuestra vida. Redistribuye el calor del planeta, moviliza nutrientes en sus corrientes y funciona como masa absorbente de buena parte del carbono que los humanos estamos emitiendo a la atmósfera. La tecnología que monitoriza cómo evoluciona el océano, incluye estaciones meteorológicas, boyas en contacto directo con el agua y satélites espaciales dotados de sensores que nos ofrecen datos muy valiosos casi en tiempo real, sobre la temperatura superficial, la salinidad, las corrientes y la altura desde la superficie del mar.
Todo este control permite pronosticar fenómenos atmosféricos extremos, como las DANAS, (Depresiones Aisladas en Niveles Altos), grandes tormentas, que además de muy violentas y caudalosas, de muchos litros por metro cuadrado, caen en poco tiempo y producen grandes inundaciones y destrucción.
Yo he visto danas en España, y compararándolas con las grandes tormentas que caen aquí, son muchísimo más fuertes y violentas.
Sucedió recientemente que en los días previos a la dana que cayó en las islas Baleares, gracias a esta tecnología de medición de la temperatura del océano se pudo pronosticar en los días previos, por las agencias meteorológicas, que alertaron que el mar Mediterráneo se estaba calentando en exceso y se avecinaban chubascos y tormentas intensas, lo que llevó a las autoridades a prohibir la celebración de todo tipo de actividades al aire libre y seguramente se salvaron muchas vidas.
El reto es que no solo podamos entender qué está pasando en los océanos y pronosticar con suficiente antelación lo que va a pasar, sino que aprendamos a reducir nuestro impacto para minimizar nuestro efecto sobre el clima y evitar que sigan aumentando los fenómenos meteorológicos extremos como las danas.
Ser conscientes de que lo que pasa en los océanos afecta directamente al clima global ha impulsado a los científicos a continuar desplegando mucha tecnología para poder tomarle el pulso y la temperatura al océano en todo momento.
La comparación sanitaria sobre “la fiebre en los humanos y la fiebre el océano” creo que ayudará a entender por qué en los últimos años también a la Tierra le ha subido "la fiebre" y fácilmente se producen inmensos incendios forestales difíciles de controlar.
Si la temperatura promedio global se ha elevado 1,4 ⁰C por encima de la media de referencia, es como nos sucede a nosotros, pues equivale a pasar de 36,6 ºC a 38 ºC. y que al igual que los humanos con 38 grados tenemos fiebre, se puede decir, para entendernos mejor, que los océanos tienen fiebre.
Y lo mismo que nosotros cuando sentimos fiebre nos preguntamos ¿cuáles son las causas? Para los océanos, la fauna y la flora oceánica, lo sabemos desde años. Gran parte de la causa, son los millones de toneladas de basura y plásticos de los ocho mil millones que habitamos la Tierra, los mismos que rogamos clemencia a Dios y a la naturaleza cuando se presentan grandes tormentas.
Pues ya lo sabemos… Así como nosotros nos sentimos cuando tenemos fiebre, se sienten los océanos que también son entes vivos. Entre más suba la temperatura de los océanos y la Tierra, más riesgo para todos. Cuidémoslos.
Ingeniero / pedroroque.net
Todo es más fácil y más sencillo con sentido común.