En el transcurso de la historia de la medicina, se han implementado tratamientos radicales con la intención de mejorar la vida de los pacientes, aunque a veces con resultados desastrosos. Un ejemplo paradigmático de esto es el trabajo del Dr. Walter Freeman, un neurólogo estadounidense conocido por popularizar la lobotomía en la década de 1940. Este procedimiento, destinado a tratar enfermedades mentales graves, terminó dañando de manera irreversible a muchos pacientes. Hoy, al reflexionar sobre las políticas sanitarias de organismos internacionales y ONG´s respecto a las personas con dependencia a diferente tipo de sustancias, es imposible no encontrar paralelismos preocupantes.
Los lobotomistas, como Freeman, a menudo eran reformadores progresistas, impulsados por el deseo de mejorar la vida de sus pacientes. En los años 40, no existían tratamientos eficaces para los enfermos mentales graves. Los médicos habían experimentado con la terapia de choque de insulina y la terapia electroconvulsiva con un éxito limitado, y los asilos estaban llenos de pacientes sin esperanza de curarse o regresar a casa. Fue en este contexto que el neurólogo portugués Egas Moniz desarrolló la lobotomía en 1935. Su procedimiento consistía en perforar un par de agujeros en el cráneo y empujar un instrumento afilado en el tejido cerebral para cortar las conexiones entre los lóbulos frontales y el resto del cerebro.
Freeman, inspirado por los trabajos de Moniz, llevó la lobotomía a Estados Unidos junto con su socio James Watts, realizando la primera operación en 1936. Con el tiempo, Freeman ideó una versión más rápida y económica del procedimiento, la "lobotomía transorbital", en la que se martillaban instrumentos de acero que parecían picos de hielo en el cerebro a través de las cuencas de los ojos. Esta técnica redujo drásticamente el tiempo de operación y eliminó la necesidad de anestesia general, utilizando en su lugar una máquina portátil de electroshock para noquear a los pacientes.
El caso más notorio de los pacientes de Freeman fue Rosemary Kennedy, hermana del futuro presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, quien quedó incontinente y con severas dificultades para hablar después de una lobotomía a la edad de 23 años. Freeman estaba convencido de que estaba ayudando a sus pacientes, pero en realidad, su visión terriblemente cruda y simplista del cerebro llevó a miles de personas a vivir con discapacidades graves y permanentes.
Hoy, las políticas de los organismos internacionales y ONG´s parecen estar imbuidas de una visión igualmente simplista y dañina hacia quienes tienen dependencia a sustancias. Y como buen ejemplo, cercano a cualquiera de nosotros, hablemos de los fumadores de tabaco . La insistencia en que las personas con conductas de dependencia a la nicotina (que es la sustancia que genera dicha dependencia) simplemente deben "superarlo y abstenerse", ignora las complejidades de la adicción y niega a los fumadores cualquier oportunidad de alternativas menos dañinas. Las opciones libres de humo, como los cigarrillos electrónicos, tabaco calentado y otros productos liberadores de nicotina, ofrecen una posibilidad de reducción de daño, pero la organismos internacionales y ONG´s continúa rechazando estas alternativas.
Los organismos internacionales y ONG´s, al igual que Freeman, parecen estar atrapados en una visión del problema que no reconoce su verdadera naturaleza. Al igual que los lobotomistas creían que podían solucionar las enfermedades mentales cortando conexiones en el cerebro, los organismos internacionales y ONG´s parecen creer que puede resolver el problema de la adicción simplemente cortando el acceso a la nicotina. Sin embargo, la adicción es una condición compleja que requiere un enfoque multifacético, no una solución de talla única.
El rechazo de alternativas que no llevan las 7,000 sustancias del cigarrillo convencional, como los dispositivos libres de humo, puede que se basen en una preocupación válida por la salud pública, pero no deben pasar por alto la evidencia emergente que sugiere que estos productos pueden ser significativamente menos dañinos que fumar tabaco combustible. En lugar de promover una política de abstinencia total, ignorando las características naturales del comportamiento humano, los organismos internacionales y ONG´s deberían considerar un enfoque de reducción de daño, que se centre en minimizar los riesgos asociados con el uso de sustancias en lugar de insistir en una abstinencia total que muchas personas no pueden lograr.
Las políticas actuales de los organismos internacionales y ONG´s hacia los fumadores reflejan una mentalidad que, aunque bien intencionada, es peligrosamente reduccionista. Al igual que la lobotomía de Freeman, estas políticas pueden terminar causando más daño que beneficio al no ofrecer a los fumadores las herramientas que necesitan para reducir su riesgo. El legado del Dr. Walter Freeman debería servir como una advertencia sobre los peligros de las soluciones simplistas a problemas complejos. En lugar de repetir los errores del pasado, es crucial que las políticas sanitarias modernas adopten enfoques basados en la evidencia y la compasión, reconociendo la complejidad de la adicción y ofreciendo a los individuos todas las herramientas disponibles para mejorar su salud.
En resumen, los organismos internacionales y ONG´s debería reconsiderar su postura sobre las alternativas al tabaco, abrazando un enfoque de reducción de daño que pueda ofrecer una esperanza realista y alcanzable para aquellos que luchan con la adicción a la nicotina. Sólo entonces podremos evitar que la "ciencia" de soluciones simplistas, como la que practicaba el Dr. Freeman, permanezca en nuestras políticas de salud pública.
Médico y Abogado