La medicina es una ciencia que requiere no solo habilidades técnicas, sino también un profundo entendimiento de la lógica y el razonamiento. La semana pasada, perdimos a un maestro excepcional en el campo de la Medicina Interna, un hombre cuya dedicación a la enseñanza trascendió los límites de una simple educación médica. El Dr. Roberto W. Cerritos, conocido cariñosamente por sus estudiantes como “el maestro Cerritos”, dejó un legado imborrable como mentor, guía y figura paternal para generaciones de médicos residentes en más de un hospital.
En nuestros casos particulares, nos referiremos al Hospital Militar Central, donde realizamos el Año Social y las residencias, allá a finales de los noventas, en plena guerra.
Cada mañana, religiosamente, el Dr. Cerritos se presentaba en el aula, o en el corredor o en la sala de espera. Para él no era problema, si hubiese habido que reunirse bajo un árbol, lo habría hecho. Siempre con su guayabera, su faz amable y una sonrisa dispuesta para todos y cada uno de nosotros. Siempre llamándonos por nuestro nombre y anteponiendo al mismo un respetuoso “doctor…” Con un toque de buen humor, que le permitía reír con nosotros, pero nunca, a costa de nos.
Poseía una sabiduría acumulada a lo largo de décadas de práctica médica y docencia. Y queremos recalcar el término sabiduría, no solo conocimiento. Porque su enfoque no era meramente técnico, no obstante dominaba esta con maestría. Su objetivo era moldear médicos internistas que no solo pudieran realizar procedimientos con destreza, sino que también supieran cómo racionalizar de manera crítica y resolver los enigmas médicos más complejos.
Utilizando el método socrático, una técnica de enseñanza que fomenta el pensamiento crítico y la discusión, el “maestro Cerritos” desafiaba a sus estudiantes a cuestionar sus propias suposiciones y a explorar a fondo los casos clínicos. En lugar de proporcionar respuestas directas, él guiaba a sus pupilos (a nosotros) a través de una serie de preguntas, que nos llevaban a descubrir las respuestas por nosotros mismos. Esta técnica no solo mejoraba la capacidad de diagnóstico de cada uno de nosotros, sus alumnos; sino que también nos convertía en médicos reflexivos y seguros de nosotros mismos.
Lo que realmente destacaba en la enseñanza del maestro Cerritos era su habilidad para generar confianza en sus estudiantes. Sabíamos que podíamos acudir a él con preguntas, dudas o problemas en cualquier momento. Más allá de los típicos problemas diagnósticos, aún los de consabido carácter personal, grupal o el que fuera.
Su actitud estaba siempre abierta, y su consejo, siempre sabio. Era un docente paternal, un mentor que se preocupaba profundamente por el éxito y el bienestar de sus pupilos. Su presencia reconfortante nos daba a los médicos jóvenes la seguridad de que, aunque el camino de la medicina fuera desafiante, no estábamos solos.
Más allá de las discusiones de casos, el “maestro” compartía valiosas lecciones sobre la vida. Nos inspiraba a sus estudiantes a ser éticos, compasivos y pacientes, recordándonos que la medicina es una ciencia en cuanto siga profundamente arraigada a una verdadera cultura y no es meramente la acumulación de conocimiento técnico y habilidades procedimentales, sino una disciplina intrincadamente conectada con la cultura y la sociedad. Va más allá de la simple destreza para realizar procedimientos médicos específicos; es un reflejo de nuestras creencias, valores y experiencias compartidas como seres humanos.
La práctica de la medicina no se limita a aplicar tratamientos y diagnósticos, sino que se adentra en el tejido de nuestras vidas cotidianas. La atención médica y la salud son preocupaciones fundamentales en todas las culturas y sociedades, y la medicina refleja la diversidad de creencias, tradiciones y sistemas de valores que existen enel mundo.
El legado del “maestro” vive en cada uno de los médicos que tuvimos el privilegio de aprender bajo su tutela. Sus enseñanzas perdurarán en las salas de hospitales y en los corazones de sus alumnos, quienes continúan su labor en la medicina interna con un profundo respeto por el arte del razonamiento clínico y el compromiso de cuidar a sus pacientes con empatía y comprensión.
A medida que reflexionamos sobre la vida y carrera del “maestro”, recordamos que su influencia trascendió los libros de medicina y los diagnósticos. Él nos enseñó a pensar, a cuestionar y a tolerar. Si, a tolerar, a ser pacientes.
No lo entendimos en aquel momento, pero aquella conducta repetitiva de cada mañana, de escuchar con atención las exposiciones (unas mejores que otras) que los residentes hacíamos sobre los casos más complicados, mientras desarrollaba un ritual sempiterno de recortarse lentamente cada una de las uñas de sus manos con un diminuto aparato, cuyo rítmico chasquido mimaba la apariencia de un mantra, era su manera de enseñarnos paciencia, tolerancia y dominio personal.
Había un egregor en aquellas convivencias académicas matutinas que eran un constante llamado a dar lo mejor de cada uno. Tan estimulantes que nadie quería perdérselas. Emanaba una esencia de “aprender” que nos motivaba a todos. Parecía bastar con esa sola reunión matutina para poder “aprender” la Medicina Interna.
No sabemos si el “maestro” gustaba de leer al grande del pensamiento castellano, a Ortega y Gasset. Nunca lo hablamos. Pero ahora que estudiamos a ese filósofo y nos pilla su muerte, adoptamos la creencia que si algo no quería el “maestro” es que fuésemos o que nos convirtiésemos, sus discípulos, en “hombres masa”, en mediocres que solo pueden aspirar a dominar una técnica.
En memoria del Dr. Roberto Waldomiro Cerritos, un maestro excepcional, un guía sabio y un conocedor de la naturaleza humana, cuyolegado iluminará siempre el camino de la Medicina Interna en nuestro país.
Médicos Nutriólogos y Abogados de la República.