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Catorce

Marcelo Arévalo, Hijo Meritísimo de El Salvador, es desde esta semana el número CATORCE en el ranking ATP de dobles masculino, pero el número uno en el corazón de tantos compatriotas que, ahora sí, han visto con sus ojos que los sueños, con esfuerzo y trabajo constante, se pueden hacer realidad.

Por Jorge Alejandro Castrillo
Psicólogo

Uno nunca deja de aprender. Recientemente, el actual titular del Ministerio de Hacienda de nuestro país, no sé si por apuros de su difícil trabajo o buscando la inmortalidad en el campo de las ciencias soltó la frase: “La inflación no es un fenómeno matemático es un fenómeno más bien psicológico en la mente de empresarios y ciudadanos”.  No sé si debería disculparme con él o con ustedes por no destinar un artículo a la inusual declaración del funcionario, responsable principal de los vaivenes de nuestra deuda soberana y del experimento Bitcoin, pero parafraseando a R. Dalton, “…hay otras cosas más felices para decíroslas cantando”. Me ha estimulado el ministro a estar mejor informado, pues de ser cierto lo que dijo, tendré que prepararme para los clientes que seguramente tendré por la clínica. Que serán muchos a juzgar por lo que la mayoría de la gente dice cuando sale del mercado o del súper: “Rayos, ¡cómo siguen subiendo los precios de todo! ¡ya no alcanza para nada!”

Lo que sí es un fenómeno de psicología social es el llamado aprendizaje vicario, por observación o modelamiento.  El concepto fue “lanzado al estrellato” por Albert Bandura, teórico conspicuo del aprendizaje social. Ahora cualquier hijo de vecino habla con facilidad del modelamiento y sus condiciones, pero durante la primera mitad del siglo pasado no se lo había estudiado. Este es el proceso mediante el cual la conducta de un individuo sirve como estímulo para los pensamientos, actitudes o conductas de otro individuo o grupo que observa la ejecución de ese modelo; es decir, el fenómeno explica cómo otros aprenden de la conducta de un modelo.

Si en mi colaboración anterior sugerí que Marcelo Arévalo había robado prensa al discurso del señor Presidente de la República, esta semana no queda duda alguna que el personaje salvadoreño más difundido internacionalmente fue el espigado tenista, ahora ya CAMPEÓN DE DOBLES de ROLAND GARROS. Creí que sólo yo me había emocionado hasta las lágrimas al ser espectador de la heroica gesta del sonsonateco en la cancha de barro de París, pero me he dado cuenta que muchos compatriotas más, urbi et orbe, gritaron, lloraron, se emocionaron e hicieron suya la espectacular victoria. Me perdí la primera mitad de la partida por motivo importante y no pude ver la devolución con la que, caído desde el suelo, se agenció un punto (“Tenista faz ponto sentado na final de duplas de Roland Garros”, tituló una nota que acompañó con el vídeo el periódico O Globo en Brasil) Anoto el vínculo para los incrédulos o curiosos:  https://ge.globo.com/tenis/noticia/2022/06/04/marcelo-arevalo-marca-ponto-sentado-na-final-de-duplas-de-roland-garros.ghtml.

Pero sí grité y gocé todo el resto del partido, desde el segundo set hasta más allá del final. Me enorgulleció cómo Arévalo, con su energía, empuje y nivel de juego, no dejaba de sorprender a los comentaristas de la cadena internacional de televisión que difundía el partido y que, a tenor de los comentarios que hacían, habían apostado por la otra dupla como ganadora del torneo. Siempre era “parece increíble (y el comentario por la energía interminable)” “¿quién lo habría dicho en el primer y segundo set cuando Krajicec y Dodig estuvieron a punto de ganar que serían vencidos por un centroamericano?”. Porque fue la figura del pipil la que se encumbró en esos últimos dos sets.

Salté emocionado ante la jugada que Marcelo corre hasta el fondo de la cancha, se lanza al aire para devolver una pelota bien colocada y logra conseguir un increíble punto adicional que nos acercaba cada vez más a ese momento que todo aquel que estuviera siguiendo el partido ansiaba que llegara. Nos acercaba digo, pues era nuestro partido: todos lo jugábamos, aunque no hubiéramos nunca agarrado una raqueta de tenis.

¿Cómo no emocionarse hasta la lágrima cuando -victorioso, anhelante, emocionado, impacientísimo porque siente que nunca llega-  se lo ve subir a trancos las gradas del estadio para alcanzar a su esposa y fundirse en un largo y amoroso abrazo con ella? ¿Y cómo no agradecerle que acto seguido tome con cariño la bandera que algún afortunado espectador le ofrece, se dé el tiempo de buscar con apuro el frente de la misma y con orgullo, con sentimiento, con pasión, exhiba ante las cámaras de televisión ese pedazo de esta patria tan necesitada de modelos como él?

Marcelo Arévalo, Hijo Meritísimo de El Salvador, es desde esta semana el número CATORCE en el ranking ATP de dobles masculino, pero el número uno en el corazón de tantos compatriotas que, ahora sí, han visto con sus ojos que los sueños, con esfuerzo y trabajo constante, se pueden hacer realidad. Por lo que de él se dice, debe de ser un buen hombre: es un buen hijo, buen esposo y amante padre. Es disciplinado, es responsable, es agradecido. En una entrevista que le escuché en una radio nacional, tuvo el detalle de recordar a Dinora, la directora del colegio en que estudió, y darle las gracias por los permisos que le otorgaba para llegar con retraso a sus clases en Sonsonate cuando venía de sus entrenos en San Salvador.

Marcelo Arévalo es un modelo. Un buen modelo. Un modelo verdaderamente positivo. No nos extrañaremos cuando, en un futuro ojalá no tan lejano, más salvadoreños logren conseguir marcas deportivas importantes. Corona de laurel siempre verde para Marcelo. Se la ha ganado a pulso.

Psicólogo/psicastrillo@gmail.com

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