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El valor de uno solo

Lastimosamente, se ha impuesto un concepto de moral en el que se ve bien y hasta recomendable pisotear a las personas para favorecer determinados proyectos políticos o publicitarios. La manipulación de las emociones ha hecho que se desvanezcan ciertos valores que estaban profundamente arraigados en la conciencia de las personas, bien por propia convicción o bien por influencia social.

Por Mario Vega

El ser humano tiene un valor absoluto. Vale por lo que es en sí mismo y esa valía no puede perderse, disminuirse ni intercambiarse por nada ni nadie. El valor de una sola persona está por arriba de cualquier otra consideración. No hay nada que pueda colocarse por arriba de la dignidad humana. No hay ningún cálculo ni objetivo que justifique tratar al humano como un instrumento para alcanzar otros fines. Todas las leyes y las disposiciones de los Estados deben inspirarse en el reconocimiento del valor único de la persona. Los derechos y valores fundamentales del humano no son otorgados por las leyes, sino que le son propios y deben ser respetados porque son dados con anterioridad a todas las leyes y están allí desde su creación. A los no creyentes no les resulta difícil reconocer esos valores que se imponen por sí mismos. La obviedad de los derechos, como el de la vida, pueden ser comprendidos por todas las personas.

Estos derechos y valores fundamentales deberían ser válidos para todas las personas, sobre todo en una sociedad que se precia de cristiana. Cada creyente debería ser un férreo defensor de la dignidad humana sin importar si esos humanos son ricos o pobres, sabios o ignorantes, poderosos o débiles, sanos o enfermos, buenos o malos. Lastimosamente, se ha impuesto un concepto de moral en el que se ve bien y hasta recomendable pisotear a las personas para favorecer determinados proyectos políticos o publicitarios. La manipulación de las emociones ha hecho que se desvanezcan ciertos valores que estaban profundamente arraigados en la conciencia de las personas, bien por propia convicción o bien por influencia social.

Ahora resulta que no hay cosas correctas o incorrectas en sí. Todo depende del provecho que puedan producir. Ese sentido utilitario de la vida y las personas resulta totalmente interesado, egoísta e inhumano. Va en contra de los elementos básicos del cristianismo y no debería ser admitido ni por un momento. No todo lo que se puede hacer se debe hacer. De otra manera, viviremos en un mundo inseguro en el que todos correremos peligro. El sentido de la vida es el servicio. En el aprecio que hago de los demás, principalmente los más vulnerables, encuentro el camino a mi realización y a mi encuentro con el creador.

En estos tiempos es cuando se necesita que los cristianos demos un buen testimonio y tomemos en serio nuestra fe. Debemos convertirnos en promotores de los valores fundamentales que son consustanciales a la dignidad de la persona. Esa dignidad se establece y se rige por la norma de no hacer al otro lo que no queremos que nos hagan a nosotros. Este es el principio regulador de toda relación humana. No debo maltratar si no quiero que me maltraten. No debo irrespetar si no quiero que me irrespeten. No debo quitar la vida si no quiero que me la quiten. Ese es el mínimo humano. Con ese mandato cristiano es necesario que entremos en el debate público y expongamos las razones de tales valores. No debemos avergonzarnos del evangelio ni acomodarnos a la corriente de la época.

Pero el cristiano debe ir más allá, pues, la verdadera fe, no se trata sólo de relacionarme con los demás en la manera como quiero que ellos me traten sino de devolver bien por mal. Esa es la milla extra que solo el cristiano puede recorrer. El precepto en negativo es racional y humano: no matar, no robar, no mentir. Pero en clave cristiana el precepto se vuelve positivo: dar vida, ayudar a que la vida sea posible, compartir los bienes con quienes no tienen, ser generoso con todos, incluso con los que no se lo merecen. Al igual que el Dios a quien invocamos como Padre, que hace salir su sol sobre buenos y malos, que envía la lluvia sobre buenos y malos. Con valentía debemos dar testimonio de nuestra fe y cumplir con la comisión que se nos ha encomendado. Al ser fieles al mensaje del evangelio de seguro seremos vilipendiados por una sociedad que ha dado las espaldas a Dios. Pero eso no hace más que conducirnos a la bienaventuranza de los profetas.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Lucha Contra La Corrupción Opinión

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