Siempre hay personas que creen tener la verdad absoluta y están dispuestos a imponerla a los demás sin importar el costo. A eso es a lo que se le llama fanatismo y es una de las fuerzas más antiguas y destructivas de la historia humana. Conduce a una visión rígida y extrema de la realidad en la que se rechaza cualquier opinión o evidencia que contradiga las propias creencias.
El fanatismo puede definirse como una adhesión extrema e irracional a una creencia, ideología, grupo o causa. Su rasgo principal es la incapacidad de cuestionar o analizar críticamente aquello en lo que se cree. No se trata simplemente de tener convicciones fuertes, sino de defenderlas con una intensidad dogmática que rechaza cualquier duda o disidencia.
Hay tres elementos fundamentales en el fanatismo: primero, certeza absoluta. El fanático no cree, sabe. Para él su visión del mundo no es una opinión ni una interpretación, sino una verdad incuestionable. Segundo, rechazo de la ambigüedad. La complejidad le resulta insoportable, todo debe reducirse a una dicotomía simple: bien, mal; amigo, enemigo; verdad, mentira. Tercero, necesidad de imposición. No le basta con creer, necesita que los demás crean lo mismo y si alguien se opone se convierte en un enemigo que debe ser neutralizado, convertido o destruido. Estos tres factores convierten al fanatismo en una de las fuerzas más intransigentes y peligrosas de la historia.
El fanatismo tiene raíces en la psicología humana, surge en gran parte de la necesidad de seguridad. El mundo es un lugar caótico, lleno de incertidumbre. La ambigüedad genera ansiedad y muchas personas buscan refugiarse en sistemas de creencias que les ofrezcan certezas absolutas. El fanatismo proporciona una estructura mental rígida que elimina las dudas y simplifica la realidad. Esto explica por qué las épocas de crisis y cambios abruptos suelen ser caldo de cultivo para el fanatismo. Cuando la incertidumbre aumenta muchas personas buscan respuestas absolutas, líderes fuertes y una causa clara en la que creer.
El fanático no solo defiende una idea, sino que la convierte en la base de su propia existencia. Su creencia no es un argumento que pueda discutirse, sino una extensión de sí mismo. Por eso, cuando se le presenta evidencia que contradice su creencia no la analiza racionalmente, sino que la percibe como un ataque personal. Cuestionar su ideología equivale a cuestionar su propia identidad. En ese punto es donde el fanatismo se vuelve más peligroso: al fusionar la identidad con la ideología se convierte en algo inmune a la razón. No importa cuán lógicos sean los contraargumentos, el fanático los rechazará porque aceptar el error significaría para él una crisis existencial.
El fanático rara vez está solo, se refuerza dentro de grupos que funcionan como cámaras de eco donde solo se permite un tipo de pensamiento y cualquier disidencia es castigada. Este fenómeno se conoce como «pensamiento de grupo» y ocurre cuando la necesidad de conformidad dentro de una comunidad se vuelve más importante que la búsqueda de la verdad. Los grupos fanáticos desarrollan dinámicas predecibles: demonización del otro, los que no piensan igual son vistos como enemigos o traidores. Refuerzo mutuo, los miembros se validan entre sí y excluyen cualquier opinión divergente. Mecanismos de exclusión, cualquier miembro que empiece a dudar o a cuestionar es expulsado o señalado como traidor. Esta dinámica se encuentra en cualquier grupo ideológico cerrado desde comunidades en redes sociales hasta sectas ideológicas.
El verdadero cristiano ama, dialoga y busca la paz en todo momento. Por eso, se aleja del fanatismo por medio del cultivo de la humildad y el amor al prójimo. No sigue ideas o líderes ciegamente; siempre cuestiona, investiga y escucha diferentes puntos de vista. Sobre todo, no pierde el respeto hacia los demás, aun cuando sostengan puntos de vista diferentes. Se relaciona con personas que piensan distinto y, así, amplía su comprensión con humildad. Evita vivir en burbujas informativas contrastando fuentes antes de aceptar algo como verdad.
La pasión no debe nublar la razón ni justificar la intolerancia. Se debe ser flexible y reconocer que cambiar de opinión no es muestra de debilidad, sino prueba de sabiduría. El respeto y la empatía son claves para convivir sin caer en extremos destructivos.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.