Recientemente tuve la oportunidad de ver el documental “Ordinary Men: The Forgotten Holocaust”, dirigido por Manfred Oldenburg, en el cual se explora un aspecto aterrador y poco conocido del Holocausto: la participación de personas comunes y corrientes en actos de violencia extrema. Inspirado en el libro Ordinary Men: Reserve Police Battalion 101 and the Final Solution in Poland, de Christopher R. Browning.El documental revisa cómo ciudadanos aparentemente normales se convirtieron en ejecutores del genocidio.
El caso específico que destaca el documental es el del Regimiento 101 de la Reserva de la Policía de Hamburgo, una unidad compuesta en 1941 por hombres reclutados para misiones policiales en la ocupada Polonia. Lo llamativo de estos hombres es que no eran fanáticos nazis ni miembros del partido. La mayoría eran trabajadores de clase media y baja, carentes de una ideología política extrema o formación militar. Habían pasado por un entrenamiento breve y rudimentario antes de ser enviados al frente.
El comandante de esta unidad, el Mayor Wilhelm Trapp, fue el encargado de darles la primera orden de asesinato masivo. En julio de 1942, en Józefów, Polonia, les informó que debían ejecutar a un grupo de prisioneros judíos. Trapp estaba visiblemente afectado, con lágrimas en los ojos, al comunicar la tarea. Según testimonios recogidos décadas después, ofreció a sus hombres la posibilidad de abstenerse si no se sentían capaces de cumplir la orden.
Por otro lado, la mayoría de los hombres aceptaron participar. En sus declaraciones posteriores, muchos justificaron su decisión como un intento de evitar el rechazo del grupo o por miedo a las posibles represalias, aunque estas no se materializaron. Esta presión social resultó ser un motor poderoso que transformó a hombres comunes en perpetradores de actos atroces.
Uno de los aspectos más inquietantes que aborda el documental es el recuerdo que los integrantes del Regimiento 101 tienen de los eventos. Durante interrogatorios años después de la guerra, los participantes recordaron con claridad los primeros fusilamientos: detalles, emociones y hasta el impacto emocional que sintieron. Sin embargo, a medida que las masacres se sucedían, los recuerdos se volvían vagos y confusos.
Esto podría explicarse, en parte, por mecanismos psicológicos de defensa. La repetición de actos atroces generó una especie de insensibilización entre los perpetradores. Lo que al principio era chocante y traumático, eventualmente se normalizó, convirtiéndose en una rutina. El cerebro humano, bajo un estrés prolongado, tiende a amortiguar las emociones y a suprimir recuerdos que podrían generar un conflicto interno.
Uno de los aspectos más impactantes del documental es cómo los miembros del Batallón 101 justificaron sus actos décadas después, durante los juicios a los que fueron sometidos. Más que expresar remordimiento por las víctimas, muchos se presentaron como doblemente victimizados: primero, al ser utilizados por los líderes nazis para llevar a cabo "el trabajo sucio", y luego, al ser juzgados cuando las reglas del juego habían cambiado.
Este proceso de autojustificación refleja la capacidad del ser humano para construir narrativas internas que minimicen su culpabilidad y eviten un conflicto moral insoportable. Más que actuar bajo una situación de urgencia o coacción, la mayoría de estos hombres participaron en las atrocidades para mantener su aceptación dentro del grupo y cumplir con las expectativas de sus superiores. Sin embargo, décadas después, cuando el contexto cambió, sus relatos se reconfiguraron para proteger su autoestima y buscar compasión en los tribunales.
El caso del Regimiento 101 nos confronta con preguntas incómodas sobre la naturaleza humana. ¿Cómo es posible que individuos sin antecedentes de violencia o fanatismo participen en crímenes masivos? ¿Qué papel juegan las dinámicas grupales, la presión social y el contexto histórico en la transformación de personas comunes en perpetradores?
El documental no ofrece respuestas sencillas, pero sí plantea reflexiones esenciales. Uno de los entrevistados, el historiador Christopher R. Browning, destaca que estos hombres no actuaron motivados por odio personal hacia sus víctimas, sino por un sentido deformado de lealtad hacia su grupo y sus superiores.
Y esto no debe ser visualizado solo como algo circunscrito a ocasiones "excepcionales", como los regímenes totalitarios o los crímenes de guerra. Estos mecanismos de despersonalización, autojustificación y conformidad pueden subyacer en muchas decisiones aparentemente rutinarias: El gerente que implementa recortes masivos para incrementar las utilidades de los accionistas, el jefe que le baja los honorarios a un colaborador para satisfacer la inquina de algunos socios, la indiferencia de funcionarios públicos que ejecutan políticas perjudiciales para comunidades vulnerables; en fin, bajo la presión social pueden sucumbir profesionales, obreros, padres de familia, cualquiera de nosotros. En estos casos, el mal no toma la forma de la violencia explícita, sino de actos que, aunque revestidos de formalidad y "necesidad", deshumanizan y perpetúan sufrimiento.
La reflexión se amplía si consideramos cómo los responsables justifican sus decisiones. Tal vez no recurren a "órdenes superiores" en un sentido militar, pero sí a "la necesidad del mercado", "el cumplimiento de normas" o "la inevitable austeridad". Esto evidencia que el mal puede esconderse detrás de discursos de eficiencia, responsabilidad o progreso, convirtiendo a individuos comunes en piezas de una maquinaria que perpetúa injusticias.
El caso del Batallón 101 y el concepto de la banalidad del mal acuñado, por Hannah Arendt, nos invitan a reflexionar sobre cómo el contexto social, las dinámicas grupales y los mecanismos psicológicos moldean nuestras acciones. También nos desafía a cuestionar nuestras propias decisiones y su impacto en los demás. ¿Qué decisiones tomamos cada día que, aunque aparentemente inofensivas, pueden contribuir a un daño mayor? ¿Cuánto de nuestras acciones está motivado por una verdadera convicción moral y cuánto por la necesidad de aceptación y conformidad?
Médico, Nutriólogo y Abogado