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El mar habló

Nada de esto dará resultado si el gobierno no es el primero que debe cumplir con las leyes, pues ha dado un ejemplo pésimo al ordenar a sus empleados tirar los restos de los bellos pisos del Palacio Nacional, a la quebrada del río Las Cañas

Por Teresa Guevara de López
Maestra

Sí, efectivamente el mar habló a través de la boca de un lugareño de la playa en Acajutla, ante el fenómeno de 300 toneladas de basura que el Océano Pacífico vomitó y que resumió en una simple frase, llena de contenido: “El mar nos dijo: esto es de ustedes” lo que debería cubrirnos de vergüenza ante esta realidad de que los salvadoreños nos hemos acostumbrado a vivir entre la basura.


Es culpa de todos los que desde niños, se acostumbraron a tirar al suelo lo que no querían guardar. Envolturas de dulces y galletas, envases de todos estilos hasta artículos grandes en desuso. Da tristeza circular por nuestras carreteras y comprobar que en lomas y colinas donde hay un ranchito u otro tipo de casa, hay un río de basura desde la vivienda, es tirado hacia afuera y termina en la carretera.


Más indignante todavía comprobar que en carreteras como la del Litoral, de gran belleza natural por estar entre el mar y la montaña, y que en este tiempo se viste del rojo de la Flor de Fuego que la adornan, personas de empesas irresponsables llegan a botar allí sus desperdicios, pues en gran parte de la zona no hay viviendas.


La solución es la educación a través de campañas realizadas por el gobierno, que inicien en colegios, escuelas y universidades para crear conciencia de la responsabilidad de todos de cuidar el medio ambiente, y de la necesidad de limpiar un país que pretende ser un destino turístico de primera. La publicidad en vallas, spots en la TV y en la radio, para que llegue a todos los lugares de la república es el inicio obligado para proteger nuestro suelo. Y debe ir acompañado de la colocación de muchos depósitos de basura en diferentes lugares de las ciudades.


Es mandatorio un servicio de recolección de artículos grandes desechados, que normalmente no recoge el tren de aseo. En la carretera que sube al Boquerón, zona de gran turismo atraído por la variedad y calidad de sus restaurantes, de las calles internas de diferentes caseríos, sacan a botar colchones, inodoros quebrados, muebles destrozados que permanecen allí eternamente ya que no caben en el contenedor y el camión no se los lleva. Grotesco adorno en una zona privilegiada.


Se debe exigir a las empresas y a los ciudadanos no confundir los tragantes con basureros, ya que a diario puede observarse en colonias habitadas por personas de alto nivel económico, como los jardineros y empleadas domésticas barren sus aceras echando la basura en los tragantes, y termina la labor regando la acera con potente manguera. Doble delito ya que hay zonas que carecen del agua que así se desperdicia.


Y como todo esto no se hace por buena voluntad, ya que somos necios y desobedientes, solo respondemos cuando no tocan el bolsillo, por lo que poner fuertes multas a quienes no echen la basura en su lugar, será una solución que ayudará a resolver el problema. También la campaña debe incluir una política de reciclaje, especialmente latas, bolsas plástico y depósitos que pueden ser fuente de ingresos para muchos ciudadanos.


Pero nada de esto dará resultado si el gobierno no es el primero que debe cumplir con las leyes, pues ha dado un ejemplo pésimo al ordenar a sus empleados tirar los restos de los bellos pisos del Palacio Nacional, a la quebrada del río Las Cañas, cometiendo un doble pecado: no haber respetado un edificio declarado patrimonio cultural, orgullo de todos los salvadoreños, demostrando así la ignorancia más supina, para depositar basura en la cuenca de un río. De seguir así la destrucción de nuestro patrimonio en el centro histórico, algún día, como el mar en Acajutla, hablará el Palacio Nacional.

Maestra.

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