Las tres “C” de la cultura partidaria que deteriora la política y la democracia son el Compadrazgo, el Clientelismo y la Corrupción; los tres fenómenos están íntimamente relacionados, uno lleva al otro indefectiblemente, y uno o los tres, son parte del inventario recurrente de nuestra clase política -nuestros Hit Man-, algo que casi normalizamos en Latinoamérica.
Compadrazgo: Segundo Montes, mártir y sociólogo de la UCA, trató el tema en “Compadrazgo: una estructura de poder en El Salvador” (1979), y lo describe como una condición o vicio cultural con profundas raíces históricas; se trata de utilizar las conexiones o afinidades entre dos o más personas para obtener beneficios; en dónde, generalmente, el “padre” y el compadre” -sobre la base del “hijo” o “ahijado”- utilizan esa relación creada para favores, negocios, prebendas, a través de nuevas “estructuras” (Lévi–Strauss) y relaciones de poder, estableciendo un hampa político basado en relaciones.
Clientelismo: o política clientelista trata sobre el intercambio de bienes y servicios por apoyo político; a menudo se trata de un quid-pro-quo implícito o explícito. La expresión más común del clientelismo es la compra de votos. Generalmente es una relación asimétrica entre grupos oactores de poder descritos como patrocinadores, intermediarios y clientes. El clientelismo supone bidireccionalidad, necesidades y capacidad de gestión o poder, jerarquías. Se trata de una forma de política distributiva no programática entre patrón y cliente,utilizando el método de premios y castigos o zanahoria y garrote (Stokes, 2005).
Corrupción: Se trata del mal uso del poder público en favorde obtener una ventaja o beneficios indebidos para quien actúa, o para terceros, lo cual genera restricciones para el ejercicio de los derechos fundamentales de los ciudadanos en las democracias. Según Norberto Bobbio (1981), “la corrupción es el fenómeno por medio del cual un funcionario público es impulsado a actuar en modo distinto de los estándares normativos del sistema para favorecer intereses particulares a cambio de una recompensa”.
Pero ¿cuál es el pecado original en la clase política para que con frecuencia asistamos a episodios de compadrazgo, clientelismo y corrupción?; a primera vista la falta de honradez e instrucción notoria de los funcionarios; y en segunda instancia, la limitada formación moral a nivel familiar y escolar.
La gente no nace mala, se hace corrupta, clientelar y compinche de malacates por el mal ejemplo y por ausencia de valores y principios. Obviamente, todos somos imperfectos pero hay algunos sujetos que están a milímetros del axioma “todos tenemos un precio, el problema es saber el monto”, y justamente son estos personajes los que aspiran a ser “servidores públicos”.
Pero también existe un ecosistema de corrupción, relaciones clientelares y compadrazgo; una especie de red perversa que impulsa a actuar mal y que ofrece privilegios sin mayores costos. Por esta razón vemos a funcionarios públicos en carros de lujo, con motoristas, seguridad y unos significativos círculos concéntricos de burocracia, servicios y jerarquías, que los blindan y los proyectan en un arquetipo superior; y todo pagado con fondos públicos…, esos fondos que muchos creen que son de nadie o son gratis.
El mito de los servidores públicos es un simple recurso para llegar al poder y a los privilegios, una vez instalados ya no quieren dejar el poder y hacen de la política y de las funciones de gobierno un estilo de vida; sin capacidades y sin competencias se pasean por diversos puestos de gobierno, muchos dan saltos de calidad a organismos internacionales, y les cambia la vida. Y todo esto comienza por las propias normas y principios creados por los sistemas, afirmaba Montesquieu…
El compadrazgo, el clientelismo y la corrupción eliminan las deudas privadas; permiten acceder a servicios y condicionesde primer mundo -en países generalmente pobres-; permiten viajar por todo el planeta con privilegios diplomáticos y en primera clase; incrementa el patrimonio de ellos, sus familiares y amigos; permite acceso a créditos en banca pública sin requisitos mínimos; crea negocios prósperos; facilita la evasión y elusión fiscal; desaparece competidores; elimina barreras comerciales; facilita información privilegiada para ganar licitaciones; permite el uso discrecional de prestanombres; garantiza seguridad israelí; y en no pocos casos pone a todo el Estado a sus pies.
La ambición de algunos es tan insaciable que pierden el sentido de realidad y terminan huyendo o en la cárcel, pero son una minoría inexperta; la mayoría se acostumbran a lidiar con los periodistas y con los mecanismos de anticorrupción y transparencia, y siguen en el escenario político muy campantes. Cuando se les pregunta algo no hay respuesta, no contestan, callan y siguen gracias a la arquitectura de impunidad que les rodea; es el sistema perfecto.
No podemos obviar que el compadrazgo, el clientelismo y la corrupción inician a nivel doméstico, en pequeñas o insignificantes experiencias; es decir hay una “pedagogía” y un aprendizaje, se comienza con cosas poco relevantes y luego se escala a niveles más sofisticados tras un proceso de prueba y error. Esto lo verificamos en las encuestas de “Pequeña Corrupción” que desarrollamos a partir de 2020. Evitar una cola o trámite, dar una mordida, conseguir trabajo a un familiar o amigo, gestionar una medicina, son las experiencias que alimentan la corrupción a gran escala.
Para saber más sobre corrupción, clientelismo y compadrazgo les compartimos un recurso literario ilustrativo: https://www.disruptiva.media/la-corrupcion-cuentos-realistas-sobre-el-metodo/
Ahora que están de moda los “libertarios”, recurrimos a Ludwig Von Mises quien decía: “El culto del Estado es el culto de la fuerza. No hay amenaza más peligrosa para la civilización que un gobierno de incompetentes, corruptos u hombres viles. Los peores males que la humanidad haya tenido que soportar fueron infligidos por los malos gobiernos(…) La corrupción es un mal inherente a todo gobierno que no está controlado por la opinión pública.”
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Investigador Educativo/opicardo@uoc.edu