Para nadie y en especial para ningún profesional del derecho (de los que aún mantienen intactos sus principios) es posible negar una realidad cada vez más dolorosa, y es el evidente deterioro que sufre nuestra noble profesión: “el ejercicio de la ley”. No solo por la corrupción y la falta de ética que sin lugar a dudas socava la confianza pública en los abogados como lo son los sobornos y las influencias indebidas; o la creciente influencia política indebida en el sistema judicial, que erosiona la independencia y la imparcialidad no solo de los jueces y magistrados, sino también de los abogados que ejercen el derecho; y la competencia desleal, prácticas engañosas, mala praxis o incumplimiento de los acuerdos profesionales, lo que daña la reputación de todos los abogados y reduce la confianza en la profesión.
Pero quizá el reto más grande al que la carrera jurídica se enfrenta, es la falta de objetividad de las instituciones educativas, que más que enseñar con estricto apego al derecho, callan por miedo a contradecir a quienes ahora poseen el monopolio de la ley, olvidando así la valiosa libertad de cátedra y peor aún, olvidando su misión de crear profesionales con sentido crítico y no adoctrinados de las medias verdades; no olviden los centros educativos que están forjando en sus aulas de clases a los futuros profesionales que pueden obrar con bien o terminar de acabar el débil sistema judicial que con mucho esfuerzo se logró consolidar.
Es por eso que asumir hoy en día una voz en medio de una realidad tan mezquina, representa vivir con miedo por doquier a expresarnos con libertad y a decir la verdad, sin saber si nuestra opinión legal, justa y objetiva nos puede costar el título como estudiantes, la profesión como abogados en el ejercicio, una intachable carrera o hasta la libertad y la vida.
Pero que esto no sea un motivo más para dejar morir al derecho, a esforzarnos por ser los profesionales impolutos con lo que soñamos ser de pequeños, de tratar de rescatar lo que nos queda de la profesión para evitar la ejecución de una sentencia aplazada o en un sentido más literario a las crónicas de una muerte anunciada.
Hoy más que nunca debemos retomar este reto con valentía. Por ello exhorto a mis catedráticos y a todos los docentes universitarios, a los estudiantes y futuros colegas, a los profesionales, y en especial a los jueces y juezas, magistrados y magistradas de la República, no olviden las palabras del maestro Couture que decía: “Tu deber es luchar por el derecho; pero el día en que encuentres en conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia”.