La decisión del presidente Bukele de presentarse como candidato presidencial y el “juicio” (dictamen) del Tribunal Supremo Electoral de inscribir la candidatura de Bukele para las próximas elecciones presidenciales, abren un nuevo capítulo en la historia de El Salvador.
Pasamos de la fase del autoritarismo hacia una potencial dictadura en camino al despotismo. Es la obligación de la oposición de retenerlo y lograr el apoyo de la población para pararlo en seco y retornar al país al estado de derecho y la democracia.
El autoritarismo
En un régimen autoritario el gobernador y/o la clica gobernante utiliza subterfugios legales para manipular o imponerse sobre la Asamblea y la Corte Suprema. Estos poderes aparentan tener independencia, y legalmente la tienen, pero sus funcionarios se acomodan y maniobran para cumplir con la “autoridad” del gobernador, incluso la reinterpretación de la Constitución y la manipulación de las leyes del Estado.
Si es necesario declaran nuevas leyes que se adapten a los intereses del gobernador, como es el Estado de Excepción en El Salvador, tienen el cuidado de revestir estas maniobras políticas con un populismo que hace creer a la población que todo se hace por su bien.
La fuerza en la cual depende el autoritarismo son el sistema judicial, los cuerpos de seguridad y el ejército, y el miedo al desempleo y/o la cárcel, e incluso la muerte, los empresarios viven en pavor de una auditoria de impuestos. Aun juramentando a la Constitución, es preponderante la lealtad al gobernador y/o la clica gobernante por los miembros de la Asamblea, la Corte Suprema, los órganos de segundo orden, como el Tribunal Supremo Electoral, el sistema judicial, y los cuerpos de seguridad y el ejército.
Todos los órganos del estado funcionan bajo el mandato y control de una clica política y/o del presidente propio. Si el gobierno autoritario le cumple al pueblo alguna de sus necesidades más básicas, la ciudadanía tiende a adaptarse al autoritarismo.
No importa si este cumplimiento sea ficticio y propagandístico como es la seguridad ante las maras en El Salvador, donde lo que en realidad existe es un pacto de mutua conveniencia con las ranflas de las pandillas. Si la Asamblea, la Corte Suprema recuperan su papel constitucional, o si los cuerpos de seguridad y ejército se revelan o tambalean cara una levantamiento cívico-popular los regímenes autoritarios caen. Revisando la historia universal, solo un 3% a un 4%, decidido, de la población es suficiente para derrotar un régimen autoritario que no ha cumplido su cometido de proveer bienestar al pueblo, es corrupto y se ha vuelto represivo.
La derrota puede ser por medio de una elección, como ha sido en Guatemala este año, o una movilización incesante ciudadana que paraliza el funcionamiento del país y provoca un golpe de estado cívico-militar como fue en El Salvador en 1979. El resto de la población sigue.
Una dictadura
En una dictadura, la Asamblea y la Corte Suprema no tienen independencia legal, o han sido disueltos por decreto presidencial. El presidente o la clica política emiten dictámenes y es la obligación de todos los órganos del estado ejecutarlos hacia abajo. El presidente y su clica política están sobre, pero afuera, de la ley.
El juramento de los cuerpos de seguridad y el ejército no es a la Constitución sino al dictador propio. El sistema judicial, los cuerpos de seguridad y ejército se convierten en aparatos de persecución política. Existe vigilancia permanente de la oposición y mantienen una persecución política selectiva de la oposición y/o represión de la ciudadanía opositora.
Si la Asamblea y la Corte Suprema no han sido disueltas, y recobran su papel constitucional, o si los cuerpos de seguridad y ejército se rebelan o tambalean cara una insurrección cívico popular los regímenes dictatoriales caen. Un 4%, militante y decidido, de la población es suficiente para derrotar un régimen dictatorial del cual la población se siente harta por su corrupción y dictadura. La lucha por la libertad política lleva a este 4% a confrontar la dictadura, el resto de la población sigue y se activa. Si al dictador se le pasa la mano en la represión, como fue el asesinato del estudiante universitario José Roberto Wright en El Salvador en 1944 o el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro en Nicaragua. El 4% se insurrecciona, jala a todo el país, y derrota al dictador como fue en Nicaragua en 1979, o la Huelga General de Brazos Caídos de 1944 en El Salvador, que paralizó totalmente al país y derrotó a Martínez.
El despotismo
El despotismo es una forma de gobierno donde el sistema judicial, los cuerpos de seguridad y ejército se convierten en sistemas de persecución de todos los funcionarios del estado, aun de los mismos jefes de los organismos que ejecutan la persecución. La oposición ha sido derrotada y en su mayoría encarcelada o asesinada. Rige el pavor entre los funcionarios y las disposiciones del gobernador-sátrapa se cumplen por miedo a la purga e incluso la muerte. De llegar Bukele a esta fase de opresión, este es el futuro que le esperará a los políticos y funcionarios bukelistas y los empresarios que, por miedo o conveniencia, se ha acoplado con Bukele. La purga incluye las confesiones y la súplica por clemencia o castigo, todo es en vano, la suerte ya está echada. ¡El déspota es la ley!
La población se convierte en aduladora del déspota y el culto a la personalidad es omnipresente. Por lo general caen por sí solos cuando mueren. Si bien, El Salvador ha tenido dictadores, en su historia como país, todos han caído en su intento de convertirse en déspotas. El régimen de Bukele ha llevado en paralelo características de las tres diferentes formas opresoras de gobernar: autoritarismo, dictatorial y despotismo. Su anhelo y objetivo es convertirse en primero dictador y luego en déspota. La obligación de la ciudadanía es detenerlo en seco y derrotarlo.
Una alerta a la oligarquía salvadoreña y sector empresarial
El objetivo inmediato de Bukele y su régimen familiar es convertir a Bukele en un oligarca supremo. Bukele no trata de ser un oligarca más. Es una revancha histórica en contra la oligarquía que discriminó y excluyó a su padre, el Dr. Armando Bukele. Tampoco trata de ser un dictador más, al estilo Pinochet, Videla, Martínez o Perón. Pretende ser un supra Anastasio Somoza moderno, quien no fue parte de la oligarquía nicaragüense, fue, en sí mismo, la oligarquía nicaragüense propia. Como todo dictador, su anhelo es convertirse en un déspota.
¿Cómo derrotar una metamorfosis política hacia despotismo?
La oposición permanente, la inestabilidad económica, el aislamiento internacional, las redes sociales y las denuncias continuas de la oposición y organismos de derechos humanos, no le han permitido a Bukele convertirse en un dictador de hecho, o metamorfosearse en un déspota.
Con la reelección se le abren las posibilidades de convertirse en un dictador en camino a déspota. Esta metamorfosis política se puede evitar y derrotar con una oposición perseverante, denuncia constante ante los organismos internacionales y las redes sociales, demandas permanentes ante la Asamblea, Corte de Justicia y otros organismos de poder político, denuncias en los medios de comunicación y las redes sociales, y movilizaciones persistentes en las calles.
Es la obligación de la oposición, la empresa privada, todos los segmentos político-económicos y la ciudadanía de derrotar políticamente a Bukele, antes que el despotismo se convierta en una realidad y se enraíce en el país.
Las elecciones
Para las elecciones de la asamblea, El Salvador utilizará el método D’Hondt, que asigna los escaños parlamentarios proporcionalmente. Este método favorece a los partidos grandes y coaliciones frente a los partidos pequeños. Por esta razón, Nuevas Ideas obtendrá un número mayor de escaños que si los partidos de oposición fueran con una sola planilla de candidatos por departamento. En cuanto a los municipios, donde no hay segunda vuelta, también es menester ir con candidato único para maximizar el número de votos para la oposición.
En las elecciones presidenciales, la estrategia debe ser ir por separado y que cada partido maximice el número de votos para lograr ir a una segunda vuelta. En todo caso, de salir Bukele electo, habrá que lanzar una batalla nacional e internacional para que sus votos sean contados como votos nulos por no ser constitucionales.
Ingeniero-científico Desde Washington, DC.