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Caminar en la luz

Quienes se niegan a acercarse a la luz, por medio del ocultamiento, la mentira, la falta de rendición de cuentas, afirma Jesús que «odian la luz», porque saben que ella deja al descubierto su ruina moral. Por el contrario, quienes se acercan a la luz, por medio de la transparencia, la responsabilidad mutua y la divulgación, son quienes «hacen lo correcto», pero, además, se complacen en que todos «puedan ver» lo que hacen.

Por Mario Vega

La luz es un tema que aparece recurrentemente en las Escrituras. En el Antiguo Testamento es uno de los elementos simbólicos más importantes. La luz es usada en contraposición con la oscuridad; se establece una relación entre la luz y la presencia de Dios, por un lado, y la oscuridad con todo lo que se opone a Dios por el otro. El simbolismo de la luz también fue usado por otras culturas que eran contemporáneas al judaísmo antiguo, pero con una diferencia importante: mientras que los otros pueblos adoraban a los cuerpos de luz como dioses en sí mismos, para el judaísmo la luz podía sugerir simbólicamente la presencia de Dios, pero nunca era Dios ni su presencia. Dios se ubicaba por arriba de la luz, pues, siendo él quien la creó, la trasciende.

De la misma manera que en la naturaleza existe una oposición entre luz y oscuridad, el Antiguo Testamento retoma el contraste y la oscuridad se convierte en sinónimo de todo lo que se opone a Dios, también caracteriza a quienes se oponen a Dios y a su carácter. El mal, la mentira y todas las fuerzas del odio son colocadas bajo la sombrilla de la oscuridad simbólica. En consecuencia, la necedad, la oposición al pueblo de Dios y el pecado deliberado resultan en un rompimiento y alejamiento de Dios. Se trata de una pérdida completa de la identidad divina y sus valores.

Por ese motivo, y en sentido inverso, también se vincula la luz con la sabiduría, la comprensión, la sinceridad, la transparencia y la justicia. Estos conceptos son presentados en términos de una alineación deliberada a la persona, planes, propósitos y carácter de Dios. Acercarse a Dios es recibir la luz, pero esa luz modela y cambia a las personas. De manera que cuando existe ocultamiento, mentira o maldad no puede decirse que se esté agradando a Dios, es más, ni siquiera puede decirse que se le conoce.

Al pasar al Nuevo Testamento, el simbolismo de la luz es retomado por los cristianos, pero centrándolo en Jesús como Mesías y presencia corporal de Dios. El evangelio de Juan, que proporciona el desarrollo más completo del símbolo, lo presenta como la luz que venía a este mundo y que existía antes del mundo. Pero los Evangelios también relacionan la luz con exigencias éticas para los creyentes. Jesús afirma que la luz no debe colocarse debajo de una canasta, con lo cual, amonesta a sus discípulos para que muestren sin ambages y sin lugar a duda que están totalmente identificados con él. De esa manera, se unen a Jesús para ser una luz para el mundo.

La real identidad moral de cada persona es determinada por su apego a la verdad, la honestidad y la transparencia. No son los discursos los que definen el carácter sino los hechos cotidianos. Jesús enfatiza esta realidad cuando expresa: «La luz de Dios llegó al mundo, pero la gente amó más la oscuridad que la luz, porque sus acciones eran malvadas. Todos los que hacen el mal odian la luz y se niegan a acercarse a ella porque temen que sus pecados queden al descubierto, pero los que hacen lo correcto se acercan a la luz, para que otros puedan ver que están haciendo lo que Dios quiere» (Juan 3:19-21).

La distancia que la persona adopta con relación a la luz determina su carácter moral. Quienes se niegan a acercarse a la luz, por medio del ocultamiento, la mentira, la falta de rendición de cuentas, afirma Jesús que «odian la luz», porque saben que ella deja al descubierto su ruina moral. Por el contrario, quienes se acercan a la luz, por medio de la transparencia, la responsabilidad mutua y la divulgación, son quienes «hacen lo correcto», pero, además, se complacen en que todos «puedan ver» lo que hacen.

Así las cosas, no se trata de hablar mucho mientras se hace lo contrario. Como el antiguo adagio atesta: «lo que haces produce tanto ruido que no puedo oír lo que dices». La responsabilidad del cristiano es caminar en la luz. Esa es la verdadera señal de quien sigue a Jesús. Fuera de eso, todo lo demás es mentira y fariseísmo.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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