Nuestro país, desde hace mucho, ha sido especialista en inventar frases incongruentes y vamos progresando en ellas: del queso “duro blandito” y la “Sexta Décima” Calle, pasamos al pésimo ejemplo de aquel entonces famoso pastor (ahora invisible), creador de la “infidelidad responsable”; posteriormente, llegamos a la explicación oficial (en boca del mismísimo padre de la criatura) sobre la obligatoriedad de la ley: el bitcoin “usted acéptelo, pero no lo reciba”. Ah, y la costumbre no se pierde. Ahora es el vicepresidente quien nos deja otra frase para la posteridad: “la reelección inmediata está prohibida en nuestra Constitución, pero de lo que ahora se trata no es de reelección, sino de un segundo mandato a continuación del actual. Y los segundos mandatos sí están permitidos.” (¿?)
Los no-salvadoreños, indudablemente, quedarán rascándose la cabeza, queriendo analizar si lo dicho es una broma, un acertijo o, efectivamente, una total y absoluta estupidez. En cambio, los salvadoreños ya sabemos que lo que nos viene es un nuevo desastre, tergiversado mediante juegos de palabras, a cual más ridículos, pero cuyas consecuencias no serán, en absoluto, positivas.
Generalmente, lo único que hacemos es enojarnos, quejarnos, protestar (los menos) y después, cobardemente, resignarnos. Eso no puede ser. Debemos de retomar posturas valientes y definidas, eso es claro. Y no digamos que no lo hacemos porque no hay líderes. Porque, por lo visto, tampoco hay seguidores, todos escondidos, temerosos, agazapados, esperando que otros actúen. ¿Qué podrá hacer un líder sin seguidores?
Cada uno, perfectamente, puede hacer mucho informándose adecuadamente, por los medios formales y serios, escuchando, leyendo, aprendiendo y después, compartiendo esa información mediante razonamientos válidos y prudentes con las personas que nos rodean. Es sorprendente cómo a veces, quienes más duramente defienden posiciones erróneas, se detienen a pensar cuando escuchan mensajes sencillos, pero cargados de verdades, cómo comienzan a distinguir la realidad de la propaganda, cómo el abrir una grieta de duda en su mente, cautivada por el bombardeo de mensajes falsos, pasan de la idolatría más absoluta a la búsqueda de información que les alumbre y saque del error.
Todos aquellos que, de alguna manera, tenemos alguna autoridad (padres de familia, maestros, jefes) estamos obligados a estar bien informados. No es posible que la falsedad esté sustituyendo a la verdad y nos quedemos cruzados de brazos. Y, en el mundo actual, eso no se refiere sólo al tema político, ya de sí tan corrupto, sino que alcanza todas las áreas de la vida. Los octogenarios de hoy, cuando fuimos jóvenes, enfrentamos muchos peligros y situaciones engañosas, pero no se comparan en absoluto con lo que tienen que afrontar los jóvenes de hoy, con un relativismo rampante, sometidos a la tiranía de unas minorías gritonas y peleoneras que exigen derechos inventados e injustos, rodeados por una ideología de género que les hace dudar hasta de su misma y propia naturaleza.
De allí nuestra gran responsabilidad: informarnos bien, evitar que nuestras conciencias caigan en la manga ancha donde todo da igual, porque entonces el daño causado a nosotros mismos y a quienes nos rodean, será irremediable.
No nos acostumbremos a las incongruencias, no las toleremos. Sí, disfrutemos el delicioso queso duro blandito y circulemos por la Sexta Décima Calle. Pero rechacemos el lenguaje equívoco y las posturas condenables de quienes llevan a nuestro país por un mal camino.
Empresaria.