Con seguridad el lector ha escuchado, o incluso lo ha dicho él mismo, aquello de que “las palabras se las lleva el viento”. Sin embargo, del dicho al hecho (como también reza la sabiduría popular), hay un buen trecho. Es decir, que con poco que se piense uno se da cuenta de que hay palabras, o incluso frases que tenemos clavadas en el corazón, o en la cabeza, o en ambos; porque las palabras significan, de hecho, mucho más de lo que a primera vista podemos sospechar: lo que decimos es un espejo de lo que pensamos, de lo que sentimos, de cómo percibimos la realidad.
“De la abundancia del corazón habla la lengua” expresa un adagio muy conocido; y, precisamente por esto, quizá la mejor manera de descubrir en una primera instancia el interior de una persona sea escucharla, oírla y entender cuáles son sus temas de conversación, sus preocupaciones, sus proyectos, etc. Lo que no obsta, por supuesto, para que también escuchando a las personas nos demos cuenta de su capacidad intelectual, pues como dicen los clásicos, la verdad se encuentra en unir o separar en la mente lo que está unido o separado en la realidad. Hacerse con la verdad, podría concluirse, depende de cómo una persona se hace con la realidad.
Asimismo, en esta línea argumentativa, también podría examinarse cuánto depende de la calidad de la expresión de alguien, la capacidad de pensamiento de esa persona. Todos conocemos mentes brillantes, y las conocemos, precisamente por sus ideas, pero fundamentalmente por el modo como las expone y la verosimilitud de las mismas.
Por esto el maltrato al lenguaje que significa el descuido de las mínimas reglas de expresión (que en realidad van mucho más allá de la mera dicción y ortografía), el abandono en los discursos más coloquiales de matices importantes de nuestra lengua, como son el subjuntivo, los condicionales, y la pobreza de vocabulario, etc. Hacen prácticamente imposible la construcción de pensamientos complejos, pues la utilización de menos palabras, y la pobreza en la conjugación de los verbos hace sumamente difícil el mero hecho de pensar. Como alguien escribió: ¿cómo se puede construir un pensamiento hipotético-deductivo sin la utilización del condicional? ¿Cómo se pueden considerar las consecuencias de una acción, sin la capacidad de conjugar verbos en el futuro (gramaticálmente hablando)?
Cuanto más pobre es el lenguaje, necesariamente hay menos pensamiento. Lo sabían perfectamente Orwell (1984, Rebelión en la granja) y Bradbury (Fahrenheit 451) cuando mostraron, a mediados del siglo pasado, cómo los regímenes totalitarios obstaculizan el pensamiento por medio de la manipulación del lenguaje; simplemente porque si no hay pensamiento en general, será imposible que haya pensamiento crítico en particular. Manipular el número y el sentido de las palabras es el modo más directo para manipular a las personas.
Por ejemplo: ¿cómo es posible comprender una guerra sin ser capaz de captar lo que implica una sucesión de hechos en el tiempo, la influencia de las ideas en las acciones de las personas, los motivos y los hechos históricos que van forjando las sociedades? Sin una capacidad lingüística decente, que nos permita distinguir entre lo que podía haber sido, lo que fue, lo que es y lo que podría ser, y las causas de todo esto ¿cómo podríamos comprender la realidad, como podríamos, incluso entendernos a nosotros mismos?
Leer, escribir, conversar largo y tendido, escuchar historias, dedicar tiempo a cultivar la inteligencia, y a contrastar los sentimientos con personas más sabias que nosotros mismos, con los clásicos y tantos sabios que han sido, es imprescindible para situarnos en la realidad.
Es complicado, pero vale la pena; porque más complicado es -sin duda- dejar que otros piensen por uno, hacer dejación de la propia libertad, sencillamente, por incapacidad de ser libre, por ineptitud para comprender lo que sucede, para ubicarse en la realidad.
Ingeniero/@carlosmayorare