“Despierta, hijo del silencio”, decían los aldeanos a Kanta, el joven arquero que pasaba sus días, viendo con nostalgia hacia las tierras altas de la lejanía. “Oigo sus voces que me llaman, atormentando mi espíritu” –decía. “Un día partiré hacia allá. Sé que no pertenezco al anchuroso valle, sino a las cumbres lejanas. Allá a donde huyen los tigres blancos y nacen leyendas inmortales.” “Tú eres cazador de ciervos y encantador de serpientes. No eres cazador de montañas ni leyendas” –le refutaban. Un día de tantos, sin embargo, el arquero decidió preparar su incierto viaje a los montes. Recordó el arca de los mapas de un reino perdido que su padre al morir le había entregado. “Iré por ellos” –dijo. “Las cartas me conducirán allá y me convertiré en conquistador de mi propio destino”. Sacó de un escondite el cofre de los misteriosos mapas, los cuales no había visto hasta entonces. Nerviosamente abrió el arca, cerrando sus ojos. Luego, al abrirlos, encontró dentro sólo un montón de cenizas. Quedó sin palabras. Un frío ventarrón entró por las ventanas, esparciendo las pavesas. Desengañado exclamó “¡Nunca debí creer en los delirios de Lapo. Así engañaba a los mercaderes y yo fui uno más de ellos!” Fue hasta la ventana de la habitación y la voz de los montes lejanos dijeron: “Griri Krs: La leyenda fue consumida por las llamas del tiempo. Ahí tienes sus cenizas. El monte que buscabas en tu sueño está dentro de ti”. (y CIV) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
El "hijo del silencio" despierta de su sueño
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