Cierta vez fue un hombre legendario quien soñó el mañana. Esta vez se trataba de un sueño grandioso, que jamás antes existió: El de la esplendorosa montaña que soñó ser hombre. Se cuenta que Kania —según la antigua leyenda de los rhunos— volvería con el tiempo a vengarse de la infeliz cantora de los desfiladeros. Cuando las hordas de los suavos atacaron el reino ya había llegado antes la esfinge a él, hechizándo a sus habitantes con su mirada encantadora y fatal. Entonces fueron fácilmente presa de sus enemigos. Olvidados de sí mismos los rhunos no habían podido defenderse. Y una vez más habrían de perder su dorada heredad. “Si la perversa criatura de los montes llegara alguna vez a la ciudad nos cegaría con sus ojos delirantes. Entonces volveríamos a olvidar” -había vaticinado Kania el legendario arquero emperador. Y todos aquellos que se olvidaran a sí mismos, volverían a perderse en las profundidades del tiempo. Dispersos. Sin memoria y sin ayer. “Es menester escribir en los signos de piedra nuestra historia -sentenció el jerarca. De lo contrario, estaremos condenados a olvidar nuestra memoria. Yo, Susmitananda, el último emperador ordeno a todos que escriban su nombre en los muros y cincelen sus ideales en su corazón. De lo contrario jamás volveremos a los montes de fuego.” (LXXXIV) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
La montaña que soñó ser hombre
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