El arquero emperador ya no volvió de su imposible misión. Tuvo que huir a las dunas del desierto. A vivir de por vida como vivían las fieras y las legendarias esfinges, huyendo de la ilusión y de la crueldad humanas. Escapando del gran sueño de las multitudes en las apartadas ciudades, el desterrado conquistador terminó buscando al final el reino de sí mismo. Porque —después de perder el reino de Rhuna— el cazador de esfinges encontró su reino interior. Aquel que estaba en el fondo de su propio ser. Más allá de los montes lejanos de la Utopía. Hasta donde vuelven los peces sagrados y los hombres sin tiempo. El otro ilusorio reino había quedado allende los montes de fuego. Se cree que Kania —que además era Rhuna, montaña y humano salmón— venció a la esfinge, pero no quiso volver al imperio que le habían usurpado. Más que destruir a la diabólica cantora de enigmas, el hombre de los reinos perdidos se convirtió en otra esfinge. Porque él y la mitológica criatura habían nacido en los mismos páramos profundos de la ilusión universal. Porque ambos eran parte de la misma Giri Krs “sombra de la montaña”. (LXXX) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
El desterrado Rhuna busca el reino de sí mismo
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