Las fabulosas y temibles agoreras del camino eran piezas importantes del misterioso juego de la Creación. En algún lugar del mundo, Leela -el gigante que jugaba con el destino de los hombres- continuaba su terrible albur. De igual forma que lo hacían las irreales y míticas criaturas, esperando en las vueltas de la vida para aniquilar a inocentes viajeros e ignorantes de sí mismos. Aquellos que habían olvidado resolver su propio enigma, destino y verdad interior. Alguien debía liberar al pueblo de ese tormento. Kania, el diestro arquero -entonces emperador de los rhunos- decidió ir en busca de la temidas esfinges, a fin de darles muerte y conservar la paz del reino. Ningún cazador era capaz de enfrentarse a las cantoras, excepto él. Porque —al fondo de sí mismo— era otra humana y desnuda esfinge. Durante sus largos años de peregrinaje, había aprendido la lengua del desierto que es la que hablaban las temidas rapsodas, intérpretes del destino. Entre las armas que llevaba el arquero incluyó un espejo. Este le serviría para engañar a las legendarias y fabulosas asesinas. Porque ellas en verdad, eran también espejismo. Como lo es la gloria, el poder, la victoria o el olvido de nuestra humana divinidad. Cuando libramos la batalla con nuestro mismo reflejo en el agua del caudaloso Ares, río de la existencia. (LXXVIII)
Las temibles agoreras en el juego de la creación
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