El arquero siguió entrenándose para la batalla. Los súbditos fundieron flechas de oro para su arco de precisa tensión. Debía vencer a las fatales cantoras para salvar aquel último reino. Sin embargo, lo que ignoraba en verdad era que él mismo sería otra similar fiera fabulosa por vener: la desnuda e interior esfinge. En lo que se convierten los hombres condenados por su destino, ignorancia y error humano. Entretanto, siguió oyendo la voz de las ardientes montañas. “No es el graznar de las aves errantes, ni es el cantar del viento. Tampoco es el rugido del trueno, ni mi voz que repite el eco del abismo. Es la voz del monte que pronuncia mi nombre y el nombre de las cosas sagradas. Es la voz de mi dios interior. Diciéndome que he llegado al fin de mí mismo... ¡O de lo que creí ser! Como vuelven las lluvias desde el mar y los peces rojos, remontando el río que les vio nacer. Que en verdad sólo soy dueño de una leyenda olvidada, de un último reino de anunciadoras esfinges. El reino de mí mismo y último por enontrar. ¡Precio de tan largo camino! De mi incansable andar en el valle de mi infinita locura. Aquella de llegar a soñar que fui montaña. Cuando en verdad sólo era una parte de su sombra. “Giri Krs” la penumbra del monte. (LXXVI) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
“Giri Krs”, la “sombra del monte”, se encamina a la batalla
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