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Quería ser rey

Al igual que en la América Latina de hoy, Daniel, aprovechando el fanatismo religioso y la ignorancia de los habitantes del lugar, anuncia que su amigo Peachey y él son dioses, descendientes de Alejandro Magno, que se encontraban en Kafiristán para lograr convertirlo en un país donde toda persona jamás faltara el alimento, la bebida y la obediencia a su persona.

Por Mirella Schoenenberg de Wollants
Nutrióloga y abogada

Había luchado contra la angustia que le oprimía el pecho, donde su corazón latía a ritmo de galope. Sin embargo, al ser cortadas las cuerdas, la congoja atrapó todos sus sentidos en forma de tormento, mientras su cuerpo descendía dirigiéndose hacia las profundidades del abismo, dando giros y más giros, tardando más de veinte minutos, en una tortura interminable.

Hay personas que no tienen la capacidad de calcular los efectos de sus acciones a corto y largo plazo. Eso les sucedió a Daniel y a Peachy, dos suboficiales ingleses destacados en el Raj Británico o Gobierno de la Corona de la India, que dominó entre 1858 y 1947 sobre el subcontinente indio – hoy, India, Pakistán, Bangladesh y Birmania – donde los británicos habían logrado dominio gracias a su control sobre los reyes hindúes.

Hermanos masones, Daniel y Peachey habían determinado que, después de haber intentado hacer fortuna a través de diferentes oficios: maquinistas, soldados, caldereros, subcontratistas, periodistas, predicadores, fotógrafos y cajistas; descartan reinsertarse en la sociedad, un trabajo y una vida normales: su camino era conquistar un territorio donde fueran monarcas.

De la misma manera que a través del tiempo se ha venido observando como individuos, aventureros y sin detentes éticos, hacen todo para tomar el poder de empresas, organizaciones, pueblos, regiones, gobiernos y países enteros, engañando a sus pobladores, para quedarse por siempre; estos dos aventureros, buenos para nada, pero con sueños de grandeza, viciosos del alcohol, habían decidido que el camino hacia la prosperidad era el del engaño.

“La India no es lo bastante grande para gente como nosotros”, expresó Daniel en su momento, rebelando indicios de trastorno de personalidad narcisista. Criticaba que los gobernadores de la India no compartieran el control político con otros.

Ubicaron en mapas a Kafiristán, una zona situada en Hindu Kush al nordeste de Afganistán, lugar por donde en su momento, las huestes de Alejandro Magno habían pasado, lo que antes nadie había logrado realizar.

Ambos redactaron un contrato, donde acordaban ser reyes de Kafiristán, que no tomarían alcohol ni se mezclarían con mujer alguna, fuera ésta negra, blanca o morena. Que sus conductas estarían revestidas de dignidad y discreción. Y que el uno contaría siempre con el otro.

 Y la historia de los humanos se repite: “…sólo hay un sitio ahora en el mundo en donde dos hombres fuertes puedan reinar…Lo llaman Kafiristán…Allí tienen 32 ídolos paganos, y nosotros seremos el 33 y el 34…y un hombre que sabe entrenar hombres, siempre puede reinar en cualquier sitio donde haya guerras. Iremos a esas tierras y le diremos al primer rey que encontremos: «¿Quieres derrotar a tus enemigos?». Y le enseñaremos a entrenar hombres… Después subvertiremos a ese rey, nos apoderaremos de su trono y haremos una dinastía”.

El trayecto hacia el territorio deseado fue largo, lento y difícil. Tuvieron que superar áreas montañosas afganas y cruzar el paso Kibur. No obstante, Daniel y Peachey alcanzaron Kafiristán, topándose con un feudo sin rey, sin un líder ni caudillo que pudiera unir las 50 tribus kafaríes que hablaban 12 dialectos diferentes.

Las dificultades son oportunidades, pensaron los dos ingleses, por lo que se ofrecieron para encabezar y dirigir varias batallas logrando la unificación tribal. En una de ellas, Daniel recibió un flechazo en el tórax, donde la saeta no penetró la piel, por tanto no sangró. Los oriundos, asombrados, creen que el inglés es un dios.

Al igual que en la América Latina de hoy, Daniel, aprovechando el fanatismo religioso y la ignorancia de los habitantes del lugar, anuncia que su amigo Peachey y él son dioses, descendientes de Alejandro Magno, que se encontraban en Kafiristán para lograr convertirlo en un país donde toda persona jamás faltara el alimento, la bebida y la obediencia a su persona.

Rey y dios, Daniel es llevado a su palacio, con corona de oro ciñendo su cabeza; halagado con joyas y oro en cantidades nunca antes vista por sus ojos, ni las de Peachey. Sin embargo, el poder absoluto….siempre corrompe a  las mentes débiles, haciendo olvidar las promesas hechas: Daniel, exigió una mujer para amancebarse con ella. Peachey le advierte, pero su amigo rechaza la admonición.

Durante la ceremonia nupcial, la futura cónyuge, aterrada por las supersticiones antiguas relativas a ser entregada a un dios, mordió la mejilla de Daniel, la cual sangró profusamente. El velo del desconocimiento cayó de la mirada del pueblo, quien, sabiéndose engañado, decidió castigarlo, quitándole la vida, arrojándolo desde el precipicio que terminaba en un río, donde su cuerpo se entrelló contra las aguas.

Antes del corte de las cuerdas, Daniel pidió perdón a Peachey por la desventura a la cual lo había empujado.

Igual que se sube….se baja, cuando las mentiras son la plataforma de tu discurso. Peachey alcanzó a ver, antes de ser crucificado, usando estacas para apuntalar sus manos y pies; la corona de oro cerca del cadáver de su amigo, sobre la roca.

Este es un resumen del relato del poeta y escritor británico, Joseph Rudyard Kipling, llamado “El Hombre que pudo ser Rey”. Narrativa con muchas moralejas, fue llevada al cine con éxito por John Huston en los años 70 del siglo pasado, donde Sean Connery y Michael Caine la protagonizaron prodigiosamente. Leer para crecer, amigos, ¡hasta la próxima!

Médica, Nutrióloga y Abogada

mirellawollants2014@gmail.com

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