Inmersos en el Samsara -el finito mundo de los cambios, opuesto al “nirvana” o “última realidad”- Karuna e Indra encontramos -esculpido en los muros de piedra de la isla de Rasa- nuestro antiguo y perdido testamento. Sobrevivientes de la perdida expedición terrestre que arribó al intemporal planeta Akala, caímos al estado de renunciación (samyasa) de olvidar nuestras vidas anteriores. Este final estado de la existencia consiste en el cambio interno y el alejamiento de lo todo finito. Fue así como entramos al umbral de la inmortalidad. Ya éramos seres eternos e invisibles que sólo oían sus voces y percibían el calor cercano de su vibración astral. El milenario testamento de nosotros mismos decía: “Aquí estuvieron Indra –hijo del Oriente- y Karuna –hija de la gracia celeste. Nuestro legado a este nuevo mundo fueron dos hijos transhumanos que acogió la raza de la Divina Luz. Tanto nuestro amor y nuestro adiós- eran sólo parte de la ilusión cósmica o divina. Seres del destino futuro encontrarán esta confesión. Quizá nosotros mismos lleguemos a leerla –en la elipsis tiempo-espacio— miles de años después. (L)