“Nada” -en el dialecto estelar de la Divina Luz- era nuestro sonido primordial o resonancia interior del Atman o alma. En la cosmogonía bíblica “Adán” –el primer ser humano que refiere Génesis— es “Nada” si lo leemos al revés como anagrama. Por otra parte “Eva” -la primera mujer- es “Ave” si se lee de derecha a izquierda. La nada, pues, estaba en nuestro interior como en el mismo espacio interestelar. “Nacimos allá y allá volveremos” –dijo Karuna (Gracia) en lengua veda. Y por gracia de la deidad cósmica habríamos sido creados. “Polvo de estrellas eres y a él volverás” –dijeron las mareas. Mientras tanto, las manos del Tiempo habrían escrito lo que llamábamos “Destino” que es nuestro transcurso en la “rueda del tiempo” (Kalachacra) -ley del “eterno retorno”. De esa manera “Amrita” –el espíritu inmortal—nos condujo hasta los arrecifes de nuestro renacimiento, más allá de nuestra extinción como seres terrestres. El tiempo –al igual que la luz— es atrapado por la ley geofísica de la gravedad. Por tanto, el poderoso campo magnético en Akala, habría detenido el tiempo en nuestras ilusorias vidas. (XLIV)