Navegando en el silencio del cosmos profundo, nuestro velero continuó su viaje a la isla de nuestro renacer. “Escucha a la Nada” –dijo estremecida la amada Karuna, abrazándose a mí. En la milenaria lengua del evangelio sánscrito “Nada” significa “sonido”, que es el eco o resonancia interna del ser. La “nada” que logra escuchar el “Muni” (sabio o asceta) inmerso en el silencio, para alcanzar la comprensión de su real naturaleza o “atman”. Lo que escuchábamos, pues, era la “nada” interestelar y la “nada” de nuestro eco interior. “El silencio universal es el mismo sonido de nuestras profundidades –dije. Es el silencio divino”. “Por ello –dedujo Karuna— los seres puros de la raza azul hablan con la mirada. Como lo hacen los perros y el mismo Universo. El silencio es la voz de la Divinidad. Por eso sólo en la quietud podemos escucharle.” El viento sideral nos hizo callar. “Tanto hablaron las muchedumbres de nuestro lejano planeta Tierra –agregué—que al final no dijeron nada. Era el silencio de las multitudes que callaban tanto el amor como el pecado; su nombre y el de su dios interior”. (XLII)