El lejano viaje a la isla de nuestro renacimiento tan sólo era un suspiro en el tiempo cósmico. Ya no éramos aquellos que alguna vez fuimos. Hechos del mismo polvo de estrellas con los elementos primordiales: carbono, hidrógeno, oxígeno y energía estelar: El mismo “soplo divino” de las cosmogonías, que haría aparecer -desde el caos primigenio- nuestra mutante raza terrestre. La remota divinidad veda abría sus ojos en la creación del Universo para luego cerrarlos en su misma extinción. Tal confirmaban la teoría cuántica y la ley de la Entropía de la física astral. “Un día aparecimos en el breve albor de la vida sin saber cómo, cuándo, dónde ni porqué. Cruzamos nuestras vidas en la elipsis -una y otra vez- para finalmente decirnos nuevamente adiós” –dijo Gracia Karuna, viendo con tristeza al infinito. Así –breves, lejanos e invisibles—nos perdimos mar adentro. Mar del adiós al que nos llevara nuestro éxodo estelar. “La muerte es parte de la vida –dije. Lo breve, parte de lo eterno. La ilusión, una sola con la realidad. El mundo que dejamos atrás -inmerso en la ignorancia de sí mismo- era parte de la misma nada interestelar.” (XLI) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>