El místico -de piel azul y cabellos dorados- sacó un pergamino y nos lo entregó. Era un mapa de glifos y trazos, orientados a los cuatro rumbos: “Agni” –el fuego— donde surgía el astro sol; “Jala” –las aguas; “Pritvi” –la tierra— y “Vayu” –el viento estelar. “Deben buscar el lugar de su renacimiento” –dijo el asceta, induciéndonos con la meditación profunda al Samâdhi, que es el desprendimiento de la consciencia. Nuestro espíritu se separó de nuestro cuerpo. Lo que significaba en cierta manera morir, dejar de ser lo que habíamos sido en nuestro distante planeta Tierra. “Somos ilusión cósmica del tiempo -polvo de estrellas- de lo que están hechos planetas, galaxias y el mismo Infinito” –afirmaba la astrofísica. La fusión de átomos causa la luz estelar y la de nuestro interior. Los viajeros terrestres buscábamos el asombro universal, pero al ver nuestro interior descubrimos la mayor de las maravillas. Amándonos, Karuna y yo, queríamos ser uno solo al abrazarnos y entregarnos. Pero la invisible nube de electrones del campo magnético separaba nuestros cuerpos, volviendo ilusión el breve tacto en nuestra piel. (XXXV) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>