Continuamos nuestro camino en las planicies de aquel planeta, sin tiempo ni edad. Nuestro éxodo a las estrellas nos había llevado al “Tercer Cielo” que anunciaban los textos proféticos que me dejara antes de morir Sícilo, el místico de la expedición. En la Historia de la Tierra -cuando había peste, guerra, caos, odio y hambruna- los hombres de luz huían a los montes, donde fundaban su ciudad en lo alto del mundo. Allá iban monjes, labradores, cantores y poetas, arqueros y artesanos a crear el anhelado mundo de la paz y de la divina harmonía. El mismo que encontraríamos en Akala: la “Ciudad del Divino Deseo”. Donde todos compartían el pan, su paz, su risa y santidad. No había credos ni religiones que separaran a los hombres, ni maldad, guerras, ni odio, dominio y vanidad. La magia estelar había creado hombres santos y limpios de corazón. Se cuidaban y amaban unos a otros –como algunos grupos de simios de la selva terrestre. La naturaleza les dotaba de frutos y alimento. No tenían necesidad de matar para vivir, ni de vivir para matar. Porque eran el milagro más puro de las constelaciones. (XXXII) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>