Fue así que –como fantasmas del éter primordial— Indra –hijo del amanecer— y Karuna –la gracia de la bienaventuranza—empezamos a andar rumbo a la “Ciudad del Divino Deseo”. Allá en el “Tercer Cielo” que anunciaban las misteriosas escrituras. Durante la travesía nos alimentamos del fruto del “soma” –la enredadera de la luna divinizada— cuyo jugo -según la profecía- otorgaba, repito, la gracia de la eternidad. Inmersos en la nada de aquel mundo sin tiempo ni edad –como la vida y la muerte— nos perdimos a lo lejos en aquel lejano renacer más allá de las estrellas. “Todos los hombres eran pecadores. Ello les hizo humanos” –dijo la voz del viento en la fantasmal llanura. “Fue porque nunca vieron a Satya, la verdad. Avidya, la ignorancia, los sumergió en las sombras. Luego cayeron en el divino olvido y el de ellos mismos” –agregó. Entretanto, la simiente sagrada del Sésamo germinaba en Gracia Karuna. Luego continuamos nuestra travesía hacia la anunciada ciudad del deseo. No del deseo carnal, sino del Divino Deseo, que no explicaba la física estelar. Allá donde nos llevó “leela”, el juego celeste del destino. (XXIX) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>