Nadie podría volver en el tiempo y encontrarse con los altivos colosos de la llanura. Los mismos que rozaban las nubes con su cabeza y atrapaban sus sueños con sus manos grandiosas y poéticas. “Ellos siguen allí, detrás del aire, invisibles” —dijo aterrado el arquero. “De igual manera que yo estaré allá frente a los colosos, aunque éstos no me miren. Ellos y yo, frente a frente, como dos espejismos del tiempo circular. Ciertos e ilusorios a la vez. Grandes. Fugaces. Eternamente prisioneros entre el cielo y la tierra. Es decir, cercados por la creación al medio del horizonte.” Tampoco el canto negro de los fantasmas de la llanura detuvo el andar de Kania, cuyo nombre verdadero, como he dicho antes, era Rhuna. Otro gigante más en búsqueda del sueño infinito. También su rastro pasajero se borraría con los años en las calizas arenas de Uma. Como —al cabo del tiempo— se deshizo igualmente el grandioso andar de los gigantes. (XXIX) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Espejismo de Rhuna y los gigantes
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