Lapo el mercader sacó de un antiguo y aherrojado arcón los pergaminos sagrados. Eran los mapas de Rhuna. Los ojos del arquero -del mismo color del éter- se iluminaron de emoción. Ante él estaban los desconcertantes mapas de sí mismo, porque eran el camino para llegar a Rhuna y Rhuna era él: la montaña que soñó ser hombre. Kania besó las manos de su padre, agradeciéndole que le hubiera devuelto su destino. Después tomó ansioso los mapas de su heredad. Fue hasta la ventana abierta de la habitación para divisar desde allá los montes lejanos. Había llegado el tiempo de partir. En busca de Rhuna, en busca de sí mismo. No obstante, la duda le asaltó de pronto. ¿Cómo saber si era cierta tan acariciada utopía, o sólo escenas fantásticas de un cerebro senil, de alguien que había regresado del mundo de los muertos? En todo caso no tenía más que dos opciones: quedarse a vivir en el estéril valle o buscar la tierra prometida, cuyos antiguos mapas tenía ya en sus manos. Por supuesto que eligió el destino de los peces rojos: volver a las tierras del origen. Nacido de la divina utopía, debía volver a ella. Arquero y cazador innato —por herencia de su estirpe cazadora— Kania fue también regreso y desierto. (XXV) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
6-9-2022