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Tigres y corderos en la vida de los Saint Exupéry

Parece ser que el Principito terminó comprendiendo que su flor era como ninguna otra antes de que el propio Saint Exupéry llegara a la misma conclusión en relación con Consuelo, pues de acuerdo con algunas fuentes salvadoreñas, Consuelo esperaba que Saint Exupéry le dedicara el libro porque ella lo consideraba el hijo de la pareja, pero como no fue así, ya que está dedicado a “Léon Werth cuando era niño”, ella tuvo una inconsolable decepción y un incurable dolor.

Por Francisco Galindo Vélez

La relación tumultuaria y los extravíos conyugales de la pareja también aparecen en El Principito, los de Saint Exupéry con otras flores y los de Consuelo con tigres y corderos: “En el planeta del Principito siempre había habido flores muy simples, adornadas con una sola hilera de pétalos, que apenas ocupaban lugar y que no molestaban a nadie”. Sí, otras flores en la vida de Saint Exupéry, pero nada especiales, ya que “Aparecían una mañana entre la hierba y luego se extinguían por la noche”, con la excepción, tal vez, de Hélène de Vogüé, conocida como Nelly.


Sí, tigres en la vida de Consuelo: “Así lo atormentó bien pronto con su vanidad un poco sombría. Un día, por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas había dicho al Principito:

¡Ya pueden venir los tigres con sus garras! Y su convicción de que ella era diferente: “–En mi planeta no hay tigres- objetó el principito-; y, además, los tigres no comen hierba. –Yo no soy una hierba- respondió dulcemente la flor. –Perdóname…-No temo a los tigres…” Los tigres perturbaban al Principito y a Saint Exupéry: “La historia de garras, que tanto me había fastidiado…” Y también, durante su huida, los corderos porque comen flores: - “Si un cordero come arbustos, ¿come también flores? –Un cordero come todo lo que encuentra. - ¿Hasta las flores que tienen espinas? –Sí. Hasta las flores que tienen espinas”.


La melancolía de la separación la viven el Principito y Saint Exupéry, pero también la flor y Consuelo: “Y cuando regó por última vez la flor…descubrió que tenía ganas de llorar. –Adiós –dijo a la flor. Pero la flor no contestó- Adiós –repitió. La flor tosió. Pero no por el resfrío. –He sido tonta -le dijo por fin-. Te pido perdón, Procura ser feliz…-Pero, sí, te quiero – le dijo la flor-. No has sabido nada por mi culpa. No tiene importancia. Pero has sido tan tonto como yo. Procura ser feliz…” Ya en el planeta tierra, lejos de su flor, el Principito hace una significativa reflexión: “Si alguien ama a una flor de la que no existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira a las estrellas. Se dice: ‘Mi flor está allí, en alguna parte…’” … Y el narrador de la historia se dice: ¡Ah, principito! Así, poco a poco, comprendí tu pequeña vida melancólica”.

Pero al fin de cuentas y de cuentos, la flor, como Consuelo, eran únicas pese a todo y a pesar de los pesares, pues la flor “perfumaba mi planeta, pero yo no podía gozar con ello…


¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. Me perfumaba y me iluminaba. ¡No debí haber huido jamás! Debí haber adivinado su ternura, detrás de sus pobres astucias. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla”.

La flor nació al mismo tiempo que el sol, Consuelo nació con el siglo; una reflejo de la otra frente al espejo, y la pareja tuvo separaciones y fugas, como la fuga del Principito de su asteroide, retornos y reconciliaciones. En Tierra de Hombres, por ejemplo, Saint Exupéry recuerda melancólicamente a Consuelo: “Vuelvo a ver los ojos de mi mujer. Nada más que esos ojos veré”.


Todo comenzó con una visión, en Buenos Aires, tal vez como la del Marqués de Bradomín cuando recién desembarcado en México vio a la Niña Chole, la bella cacica indígena y exclamó: “Afortunadamente, las mujeres que así tan de súbito nos cautivan suelen no aparecerse más que una vez en la vida. Pasan como sombras, envueltas en el misterio de un crepúsculo ideal. Si volviesen a pasar, quizá desvaneceríase el encanto. ¡Y a qué volver, si una mirada suya basta a comunicarnos todas las secretas melancolías del amor!” El Marqués estaba convencido que una mujer así no podía aparecerse de nuevo, y que una relación con ella era imposible. Una visión, una sola vez, para dar rienda suelta a su imaginación, pero el Marqués tuvo la suerte de equivocarse.


Parece ser que el Principito terminó comprendiendo que su flor era como ninguna otra antes de que el propio Saint Exupéry llegara a la misma conclusión en relación con Consuelo, pues de acuerdo con algunas fuentes salvadoreñas, Consuelo esperaba que Saint Exupéry le dedicara el libro porque ella lo consideraba el hijo de la pareja, pero como no fue así, ya que está dedicado a “Léon Werth cuando era niño”, ella tuvo una inconsolable decepción y un incurable dolor.


Su historia es apasionante y es interesante ver su vida a través de los relatos y las anécdotas de salvadoreños y europeos que la conocieron en El Salvador y en Francia. Y he aquí una trascendente realidad: Su vida contada por salvadoreños, y su vida contada por europeos. Ahora bien, con las fuentes salvadoreñas hay que ser prudentes porque Consuelo era una mujer demasiado moderna para su época, y el meticuloso y dedicado trabajo de falsos moralistas, pero genuinos envidiosos, logró con celo inquisitorial su proscripción y casi su olvido. Algunas veces la llamaron, salvadoreños, pero también uno que otro europeo, la Ninón de Lanclos del trópico, sin olvidar de agregar el mote que se dio a la verdadera Ninón: Nuestra Señora de los amores (Notre dame des amours). Por esta razón, el redescubrimiento de Consuelo ha sido tardío en El Salvador. Pero la verdad es que Consuelo “no [fue] una cortesana o una libertina, más bien una poetisa, una Calipso radiante, segura de su poder, apasionada en todo”.


Ahora bien, hay dos fuentes salvadoreñas particularmente estimables: El Embajador Gustavo Guerrero, “Gustavito”, que la conoció desde que llegó a Europa, que también fue testigo de la amistad de Consuelo con su padre, José Gustavo Guerrero, Embajador, sobresaliente diplomático, y expresidente la Asamblea de la Sociedad de las Naciones, de la Corte Permanente de Justicia Internacional (CPJI) y después de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), autor de estudios como La Responsabilidad internacional del Estado y La VI Conferencia Panamericana, y Reynaldo Galindo Pohl, también Embajador, genuino humanista, jurista, escritor y filósofo, presidente de la Asamblea Constituyente que redactó la Constitución de 1950, Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas en Chipre, Relator de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas para Irán, con una vasta cultura universal que quedó plasmada en obras como Guion Histórico de la ciencia y del derecho, La Idea del derecho en Kant, y Dante, danteano y dantesco, entre muchas otras. Los tres fueron amigos leales que no escucharon los rumores que buscaban denigrar a Consuelo y, en el caso de Reynaldo Galindo Pohl vale añadir que le dedicó un capítulo de su libro Recuerdos de Sonsonate: Crónica del 32, que es también una biografía de su amada ciudad natal, publicado en 1992; en aquel entonces una de las contadas reseñas biográficas de Consuelo escrita por un compatriota suyo.


Las historias de Consuelo que me contaron Gustavo Guerrero y Reynaldo Galindo Pohl no siempre se corresponden con las que han contado las fuentes europeas, y en ciertos puntos hay diferencias profundas, por ejemplo, la razón de su viaje a Argentina. De acuerdo con Gustavo Guerrero, Consuelo se vio obligada a viajar a Argentina para solicitar al presidente Hipólito Yrigoyen que publicara unos escritos inéditos de Gómez Carrillo, entre ellos un libro titulado Consuelo, porque su situación económica era gravísima.

Ex Embajador de El Salvador en Francia y Colombia, ex Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y ex Representante adjunto en Turquía, Yibuti, Egipto y México.

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