Poseedor de un reino mágico de esfinges cantoras que asesinaban a los insensatos viajeros, Kania el cazador -más que llegar al corazón del monte- debía llegar a ellas: las enigmáticas criaturas que habrían de significar su verdadera victoria o su divina derrota. Recordó las palabras que le dijera muchos años atrás Lapo, su anciano padre: “Si logras llegar a las montañas de fuego, deberás vencer a las fatales cantoras asesinas. Allá estarán entre los picos, acechando la felicidad perdida de los inocentes viajeros. Sólo venciendo a las esfinges podrás poseer en verdad el reino perdido de tu propio destino...” Entonces el desventurado conquistador del imposible empezó a entrenarse con el arco y a recordar el habla de las quimeras. Estaba en juego su última y grandiosa batalla. “Son las mismas cantoras agoreras, pronunciando sus acertijos fatales. Como aquellas perversas criaturas del Samsara que engañaban a los extraviados peregrinos en las dunas. Las mismas que visitaban ciudades de esplendor para asesinar a los urbanitas insensatos o que se habían olvidado de sí mismos. Son ellas, los jueces fatales, las trágicas anunciadoras del destino. Ellas, aguardando en algún lugar al encantador de serpientes. Mi gloria o mi desdicha, mi ruina o mi victoria. Yo, que he empezado a sentirme un dios entre los picos, porque el altozano tiene mi misma voz y mi misma tristeza.” (LXXV) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Las fatales esfinges cantoras
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