Al amanecer el arquero despertó sobre los riscos. Él dormía como duermen las fieras y despertaba como una más entre los cerros solos. Un sol de fuego alumbraba la inmensa leyenda. Divisó desde allá una enorme montaña dorada. Rhuna, el monte olvidado, estaba ante Rhuna, el arquero errante que se encontró a sí mismo. El hombre-sueño, llegaba al fin a la cumbre de su propio destino... Quedó contemplando, extasiado, la grandiosa y dorada cima. La cumbre universal de sí mismo resplandecía ante sus ojos. El misterioso macizo de su inmensa ilusión se erguía imponente hacia el eterno Acasha. “¿Quién eres?” —preguntó al arquero la voz del monte. Kania no contestó. Había olvidado su nombre de tanto gritarlo a los abismos. Sólo murmuró que buscaba un reino perdido. Que se buscaba a sí mismo. “Yo soy el monte que buscas —dijo la montaña. Ya te esperaba. Tantas veces naciste en mí, y otras tantas te alejaste, hombre del adiós. Hoy es una vez más que vuelves. Antes de ti, vinieron otros desdichados viajeros a buscarme. O mejor dicho a buscarse a sí mismos. Eran otros rhunas como tú, fugaces criaturas del Samsara. Buscaban también la inmensa utopía. El monte glorioso de su propio ser. El milagro perdido de su desconocida grandeza. Anduviste largo trecho, viajero. Tantos años cruzando la espesura para —al final— venir a encontrar el sueño que siempre estuvo en ti. Hombre necio que buscabas lejos lo que estaba dentro de tu alma. Por eso me soñabas. Porque sólo cuando sueña, el hombre puede ver su montaña interior.” (LXX) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Rhuna el hombre-sueño ante Rhuna la montaña
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