Años de amor y soledad pasaron sin sentirse en los riscos. Cima siguió cantando a sus dioses lejanos. El equinotauro continuó relinchando en el eco de los desfiladeros y Rhuna -el peregrino- soñando a Rhuna la montaña de su destino. Gritando a los riscos salvajes su nombre para no olvidarse de sí mismo. Así aprendió a conversar con su propio recuerdo para no estar solo el tiempo por venir a la luz de las constelaciones. Cuando pasaron las lluvias y llegó ianuarius, los amantes decidieron separarse y continuar cada cual su camino. La maga nativa Cima Taí se fue con la tribu de Limio, a la que encontraron finalmente en el altiplano. El arquero, entretanto, buscando el monte de su sino, se hundió en la espesura de un nuevo adiós. Porque él siempre sería el viajero del adiós. Condenado a dejar atrás el sueño fugaz de cada despertar y de cada separación. Cima Taí y él -dos monedas del mismo crisol lanzadas al vacío- volverían a ser separadas por las invisibles manos del hado inmemorial. Esa vez habían sido lanzadas al abismo por Leela, el gigante que jugaba con el destino de los hombres. Aunque en el inmenso abismo sus almas solas y olvidadas fueran del mismo metal con que el titán Pritvi forjara un día las cumbres luminosas y Agná encendiera el fuego de las montañas de la pasión. (LXVII) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Años de amor y soledad ante los dioses lejanos
.