Cima Taí ignoraba el mañana. Sólo esperaba el albor de cada despertar. Porque para los de su raza no existía ni el pasado ni el futuro, pues sólo tenían la noción del eterno presente. Fue Kania quien le enseñó la existencia del porvenir a la joven nativa de ojos negros y tez lunar. Y le recordó que ella iría en busca de su tribu y él en busca de Rhuna, el enigmático monte de su destino. Le habló de la fugacidad del amor y de la eternidad de un beso. Que al final ambos habrían de separarse, a fin de reanudar cada cual su camino... “Nos amaremos, mi diosa lunar, entre los riscos, renaciendo juntos al alba de cada amanecer. El sol seguirá saliendo en las cumbres lejanas, pero un día nuestro idilio acabará, amada mía. Tú irás, buscando las tierras de la tribu de Limio, a reunirte con tu pueblo. Yo por mi parte, continuaré el viaje hacia Rhuna. Como el viento, todo pasa en los cerros. Así el amor. Así lo nuestro.” “Nuestro amor continuará, amado mío, aunque yo no vaya al monte ni tú vengas conmigo. Seguiremos amándonos en algún lugar del mundo. Si fundes dos monedas iguales, del mismo metal y en el mismo crisol y luego las lanzas al abismo, una caerá lejos de la otra y quizá nunca vuelvan a estar juntas. Pero ¿dejarán acaso de ser hermanas, hechas en el mismo crisol y con el mismo oro? Así nosotros, hijos de la misma montaña, del mismo color de la piel, de la misma raza olvidada... ¿Dejaremos de amarnos, cuando estemos lejos uno del otro?” (LXVI) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Las dos monedas del abismo
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