Cima Taí provenía de una remota raza lunar, engendrada por la diosa Kandras. Había sido instruida desde temprana edad a cruzar los montes, orientándose por el sol, los cerros, los picos y estrellas ardientes del profundo Acasha. Era una bella nativa, de ojos audaces y de una innata inteligencia cósmica. Acostumbraba hablar a solas, en su lengua aborigen, con los dioses de sus abuelos. Encendía hogueras y entonaba cantos y versos místicos, en medio de la noche estelar. Se entregó a Kania en una forma ritual. Cortando un lirio silvestre lo puso en las manos del arquero, diciendo conmovida: “Toma este blanco y perfumado “edel”, lirio sagrado de las celestes cumbres y símbolo sagrado de mi tribu. Llévalo intacto a mi gente. Así también mi corazón y mi vida que defiendes y cuidas de las fieras monteses...” Fue así como Kania llevó consigo intacto el lirio del alma de Cima Taí —cazadora de gacelas y estrellas— en busca de la perdida estirpe de Limio, su tribu ancestral dispersa en los montes. “¿Y tú viajero de lejanas ciudades, hacia dónde vas? —preguntó Cima. ¿Qué buscas en estos apartados montes? ¿De dónde vienes y hacia dónde caminas, hombre que lees el destino en el cielo, tocas en la guaterna la música del Acasha, encantas fieras y serpientes y te atreves a desafiar a las temibles esfinges?” (LXII) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
El lirio sagrado de las celestes cumbres
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