Después de cruzar victorioso la misteriosa llanura, Rhuna divisó regocijado las luces lejanas de Ara, la luminosa y ardiente ciudad del deseo. Allí encontraría el hechizante brebaje del amor y del deseo mismo. Sumergido en cadenciosos perfumes de mujer, este fascinador de serpientes resultó fascinado por Eva mitológica, la última serpiente. Así el legendario cazador resultó cazado. Fue cuando olvidó por algunos años el camino a Rhuna, la montaña sagrada. Enterró los mapas del destino en el arca, así como su verdadero nombre. Para los demás era solamente Kania el arquero. Rhuna se había dormido en su misterio. De pronto se encontró en medio de la aturdida multitud de la brillante urbe. Era la misma plebe del desierto, peleando feroz contra la vida el pan y las monedas. Nuevamente el arquero —rodeado de gente— era una fiera más entre las demás fieras humanas en la ciudad dorada. Pero la piel del tigre blanco que vestía —trofeo de su primera victoria— le hizo recordar que él era también una criatura más de los montes nevados, buscando la gloria. No la miserable gloria de la comarca de arena, sino la otra, la de las cumbres celestes. Entonces escapó de los suburbios de esplendor. (XXXIII)
Mirando las luces de la ciudad del deseo
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