Ni el frío de la estepa ni la más inmensa duda, pudieron detener los pasos firmes de Kania, el cazador de montañas... Se fue por el inmensurable arenal, matando a su paso sombras y alimañas venenosas. Lo impulsó el irrefrenable deseo de llegar a sí mismo, remontando las tierras altas del origen. Su destierro era parte de su propia suerte. Ser hombre y cumbre a la vez. Inmenso despertar. Grandioso recuerdo. Un monte más que soñaba consigo mismo, a fin de re encontrarse en las alturas. “Los que se han perdido de sí mismos, tienen que volver a encontrarse. Aquellos que alguna vez se olvidaron de sí, tienen que volver a recordarse.” —dijo en sus adentros, en medio de los tenebrosos llanos de Uma. “Aquellos que un día despertaron a la realidad tienen que volverse a soñar. Ellos que fueron sueño y realidad, desconocido ensueño. De lo contrario nunca llegarían a los montes...” Los días pasaron. Kania y los gigantes siguieron allá, detrás del aire. Y aunque eran invisibles, sus sombras colosales cubrían la planicie. Alguno de ellos tal vez llegó a avistar al arquero. Pero al acercarse descubrió que sólo era un espejismo más del arenal. Sin embargo —aunque el hombre y los gigantes no se vieran entre sí— ambos eran realidad en el inmenso soñar del páramo. (XXX) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Inmenso soñar del páramo
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