Cuando en 1949 George Orwell acuñó el concepto de “pensamiento de grupo” (originalmente “groupthink”), y lo incluyó en su célebre 1984, quizá no imaginaba que a principios de los años Setenta la palabra designaría un fenómeno psicológico ahora bastante estudiado: un modo de pensamiento que las personas adoptan cuando pertenecen a un grupo, y prefieren adaptarse a la unanimidad grupal, a pensar por cuenta propia.
La fundamento es que todos tenemos una marcada tendencia a la imitación. De hecho, la gran mayoría de todo lo que aprendemos los seres humanos, desde la infancia hasta la edad adulta, lo hacemos propio precisamente por seguir modelos que descubrimos en otros. Sin embargo, el fenómeno del groupthink está tan generalizado, que en bastantes ocasiones las personas terminan por creer que alguna idea, algún valor, algún rasgo cultural lo han “pensado” o “descubierto” por su cuenta; cuando, en realidad, no es más que resultado de la mimetización, de haber adoptado inconscientemente
Ahora bien, si esto funciona en una dirección: el individuo adopta como suyo el pensamiento más generalizado en un grupo, también funciona en el otro sentido: el grupo no reconoce como propio a quien piensa distinto. Más aún, no solo lo identifica como no-miembro, sino que con gran facilidad, cuando es convenientemente manipulada, la muchedumbre etiqueta como “enemigo” a quien no piensa como “debe”.
Más aún: el ser humano no solo conforma miméticamente su pensamiento con el del grupo, sino que también copia y hace propios los deseos de los demás, sus preferencias y, su forma de sentir la realidad.
Esto ayuda a entender mejor por qué en estos dorados tiempos se pueden ver grandes grupos de personas odiando irracionalmente a alguien en particular, o idolatrando a algún político o líder económico-social-religioso… Y también facilita comprender por qué cuando un grupo de gente desea las mismas cosas, y siente la realidad del mismo modo, al enfrentarse al “diferente” aparecen celos, odios, desplantes y, en último término, violencia.
Como se comprenderá, esta caótica realidad que venimos describiendo no es simplemente un fenómeno de personas individuales. Las sociedades se fragmentan en grupos rivales, cada uno aglutinado alrededor del odio que tienen a los demás. Y, cuando los grupos se hacen más numerosos, lo mismo le pasa a los odios: se simplifican, se intensifican, y se hacen cada vez más difíciles no solo de contener, sino de que quienes los sienten puedan explicar por qué odian lo que odian, aman lo que aman, y actúan como actúan.
Entonces aparecen los chivos expiatorios: esos personajes, grupos sociales, raciales, de género, etc., que deben ser eliminados a cualquier costo, simplemente, por el bien de las mayorías.
La propaganda, la habilidad de los manipuladores sociales, el encierro de la pandemia (con su disminución de canales de comunicación y de interacciones con los demás) y, por supuesto, las redes sociales, no han hecho más que potenciar el fenómeno que venimos describiendo.
Con poco que se reflexione uno se da cuenta de que las multitudes son fácilmente manipulables cuando se les presentan agendas de pensamientos-sentimientos “anti” algo. Lo saben los expertos, los políticos, los dueños de los medios, y los bots de las redes sociales. A fin de cuentas, uno entiende que todos ellos descubrieron hace mucho tiempo que en la desinformación, las “verdades” falsas, los pensamiento negacionistas y los complots conspirativos, son excelentes instrumentos de poder.
Cuanto más exitosa es la propaganda, más poderoso es el pensamiento-sentimiento de grupo, más se puede apelar al pensamiento binario (o conmigo o contra mí), y menos se puede esperar que surjan entre las multitudes pensadores por cuenta propia.
Cuánta razón tenía quien escribió que “los hombres, piensan en manadas, enloquecen en manadas; mientras, por contraste, recobran el sentido sólo lentamente, y uno por uno”.
Ingeniero/@carlosmayorare