Solos llegamos al juego de la vida y solos partimos cuando éste acaba. “¿Quiénes son los que se casan?” -preguntó el joven Moro al jugar con su pequeña amiga. “Un hombre y una mujer que se aman” -respondió Rhada. “¿Quiénes fueron tus padres?” -prosiguió aquél. “Apenas lo recuerdo -exclamó la chiquilla con nostalgia. Nos separamos al morir ellos y así fue como vine a vivir a tu casa. Pero, por igual, hay quienes se separan cuando acaba el amor”. Entonces concluyeron que eso era ser casado: Unirse y separarse después -ya por dejarse de amar o a causa de la fatalidad. Encontrarse un día el uno al otro y abrazarse en algún lugar de la existencia, tratando febriles de ser uno solo, inútilmente. Para luego decirnos adiós al atardecer del juego. Porque todo en el mundo es cambio. Tanto lo que crece y florece felizmente como lo que termina. Lo que muere, no muere en verdad sino simplemente cambia. La materia no se destruye, sino solamente se transforma, según la ley física universal. Igual nuestro ser y la vida misma. Un árbol o un gorrión que arde en llamas, renacerá en las cenizas de otro amanecer. Cuando se apaga el fuego del amor es sólo parte del drama del cambio. Todo es así de igual, desde la flor, el hombre a la estrella. En este juego estelar de dulce soledad. (VII) de: “El Juego de la Vida y la Vida en un Juego”©C.Balaguer