La pequeña Rhada y Moro -su fiel amigo y compañero de juegos- iban cambiando con el paso del tiempo, como todo cambia con la edad en nuestra existencia. Después de romper al muñeco de trapo de sus viejos juguetes, quedaron -cansados de reír- sobre la hierba. Estaban cerca uno del otro, viéndose intensamente a los ojos, como preguntando tantas cosas. “Qué lindos ojos tienes” –dijeron al unísono. Luego -ruborizados- bajaron la mirada, viendo los cambios que la edad iba mostrando en ellos. Las piernas les crecían cada vez más, su ropa les iba quedando estrecha y ya no les interesaba jugar con muñecos sin porvenir. Rhada le tomó de las manos. Volvió a sonreír y en su boca -pintada de caramelo de cerezas- se advirtió un trémulo deseo de jugar al amor. “Juguemos de casados” —dijo, dándole un beso. Después de soltarse en risas nerviosas se fugaron al patio trasero de la casa. Un nuevo juego de la vida estaba por comenzar. Jugando al amor -o haciendo del amor un juego- iniciaron su precoz idilio. Como ocurre con todos los humanos juguetes del Amor. (V) de: “El Juego de la Vida y la Vida en un Juego”©C.Balaguer