Todos conocemos las aventuras de Noé. Ese famoso personaje que se las arregló para meter a una pareja de todo ser viviente dentro de un Arca para que escaparan del genocidio acuático que se aproximaba. Ya sea que hayamos leído la historia en la “Biblia Para Niños de los Precious Moments” o la hayamos visto en las “películas de semana santa” del Canal 6, lo cierto es que todos estamos más o menos familiarizados con el tema.
Por cierto, resulta harto curioso como el Dios del Antiguo Testamento era bien dado a eso de andarse escabechando a su creación. Hizo arder hasta sus cimientos a los alegrones de Sodoma; ordenó la muerte -hasta de las vacas- de los Hititas y Filisteos (lo cual, para el caso, es el primer genocidio por razones étnicas y religiosas del que se tiene referencia) y, de paso, sin aturrar la cara, ordenó la muerte de los primogénitos de Egipto que ni enterados estaban que había un pueblo que estaba siendo esclavizado dentro de sus fronteras.
Tan diferente es la actitud del Dios del Antiguo Testamento respecto al Dios del Nuevo -que es todo amor, tolerancia y perdón- que los feligreses de la Iglesia Marciana argumentan que, en realidad, se trata de dos Dioses diferentes. Nota del Autor: la Iglesia Marciana es la fundada por el heresiarca cristiano llamado Marción de Sínope en el Siglo I de Nuestra Era. Aclaro lo anterior por si algún bromista cae en la tentación de andar diciendo que la Iglesia Marciana es fundada por algún marciano de Marte, lo cual sería reducir la información académica que expongo en mis columnas a material para andar haciendo chanzas. No sean ingratos.
Pero bueno, regresando al punto, pudiera existir -al menos potencialmente- ciertos problemas de derechos de autor y protección de propiedad intelectual respecto a la narrativa. Aparentemente alguien se le adelantó al severo Dios del Antiguo Testamento respecto a la historia de Noé y su apocalipsis acuático. Veamos. La trama se contextualiza en un ambiente a donde la maldad crece como hierba entre la pérfida humanidad, lo que provoca que Dios se “arrepienta de haber creado al hombre” (Gn 6, 5-6), por lo que decide que desaparezca su especie junto a la de todos los animales (excepto los pescados, claro).
Siguiendo instrucciones precisas de Yahvé, Noé construye el arca prácticamente sin ayuda -el hecho que para ese momento Noé tuviese seiscientos años y probablemente fuese pensionado, no fue óbice para que pudiese encontrar las fuerzas suficientes para ejecutar tan hercúlea tarea-. Cuando el tiempo llegó, “se reventaron las fuentes del océano y se abrieron las compuertas del cielo” para llover cuarenta días con sus noches (Gn 7, 11-12).
Cuando finalmente las aguas se retiran, la tierra está limpia de pecado y lista para un nuevo comienzo. Inicia la época de los hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet (de hecho, de sus andanzas y malandanzas, los cristianos de todos los tiempos hasta finales del Siglo XX, predicaron la “maldición de Cam” -Gn 9, 27-, con la cual justificaron la esclavitud primero y el racismo después. Cositas de la historia. Pero eso es materia de otra columna).
Lo cierto es que el pasaje bíblico relativo al “diluvio universal”, palabras más, palabras menos, fue relatado con anterioridad en la “Epopeya de Guilgamesh”, lo que hace que sea más probable que el escritor bíblico haya compuesto su historia mediante una simple copy paste de la versión mesopotámica que de haber recibido una “revelación” de naturaleza mística y menos, muchos menos, que estuviese describiendo un evento histórico del que la ciencia no ha encontrado, a la fecha, ni el más mínimo rastro.
Los mitos del diluvio están ampliamente difundidos y comparten el mismo simbolismo: la necesidad de destruir radicalmente una humanidad y un mundo degenerados a fin de recrearlos, es decir, devolverles su integridad inicial. Como tantas otras historias en los diferentes libros sagrados, la historia del diluvio universal viene siendo un refrito de relatos inmemoriales mesopotámicos, sumerios, acadios y griegos. Tradiciones copiadas, heredadas o tomadas en préstamo, que en ninguno de sus casos constituye narraciones históricas que soporten un análisis crítico o estén sujetas a comprobación en el campo de la arqueología.
Entonces ¿leemos la Biblia? Sí. Es aconsejable y merece un puesto en mi biblioteca, junto al Corán, las Sagas Vikingas, el Popol Vuh, lo escritos Vedas y el Bhagavad Gita. Todo libro merece ser respetado y leído… con ese ojo crítico que nos regala este maravilloso tiempo de libertad religiosa e ideológica en que vivimos.
Abogado/Master en leyes/@MaxMojica