Hay mentiras pequeñas. Como los pecados veniales comparados a las faltas grandes. Ahora, con las audiencias en el Congreso en relación con el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, se habla de lo que ya se conoce como la “Gran Mentira” que el ex presidente Donald Trump urdió al perder las elecciones contra Joe Biden.
Los alegatos que están saliendo a la luz no son nuevos, pero aportan detalles por medio de los testimonios del propio entorno de Trump que ponen sobre el tapete la trama que pretendía dar por buena para erigirse como ganador a pesar haber perdido en las urnas. Un relato que hasta el día de hoy repite sin titubeos, pues lo que se machaca hasta el infinito produce el efecto de convertir una falsedad en una verdad aparente.
Sin duda, a Trump le ha funcionado una estrategia que suele surtir efecto para los intereses de quienes aspiran a aferrarse al poder a cualquier precio. A fin de cuentas, las encuestas indican que un 70% de republicanos cree que las elecciones fueron fraudulentas. Sencillamente hacen caso omiso a lo que en su día dijo el ex fiscal general William Barr, un hombre de Trump hasta que cayó en desgracia, al asegurar que no había indicio alguno que apuntara a un pucherazo en las elecciones presidenciales. Tal y como han establecido los paneles de los últimos días, hasta la hija del ex mandatario, Ivanka Trump, ha testificado que los argumentos esgrimidos por su padre carecen de fundamento. En líneas generales, si algo han dejado en claro estas vistas celebradas en Washington es que la insistencia del magnate neoyorquino obedece más a una patraña de marketing engañoso que a la realidad.
Pero ya se sabe que en el mundo sobran las estrategias de mercado que se llevan por delante a más de un incauto. En esta ocasión, un ex presidente insiste en timar al electorado estadounidense con una fabricación que lo colocaría en un estante del que fue sustituido por medio del voto. Muy pronto sus asesores más cercanos comprendieron que habían perdido las elecciones, pero Trump, que nunca tuvo intención de admitir una eventual derrota, presionó hasta el final y estuvo dispuesto a poner en peligro el engrasado mecanismo democrático. Así fue cómo se llegó hasta ese fatídico 6 de enero, con una multitud de golpistas atacando el Capitolio tras ser exhortados por un líder que clamaba le habían robado su triunfo electoral.
En estas audiencias, que por momentos resultan escalofriantes porque ponen de manifiesto el daño que ya está hecho, se ha llegado a decir que Trump había perdido contacto con la realidad. Sin embargo, parece más una excusa o atenuante para rebajar la gravedad de unos hechos que dejaron atónitos al mundo cuando se vieron las imágenes de la turba violenta en pleno ataque a los cimientos democráticos del país. El ex presidente, un astuto hombre de negocios que moldea la realidad de acuerdo a su conveniencia, nunca tuvo pensado aceptar un resultado que no fuera la proclamación de su triunfo.
Hagamos memoria: en la campaña electoral contra Hillary Clinton en 2016 el candidato Donald Trump señaló desde el principio que una eventual victoria de su oponente demócrata sólo sería posible si había fraude. En aquellos momentos hasta conminó a su entonces aliado Vladimir Putin a “intervenir” los servidores y correos electrónicos de su rival política. De aquella singular sugerencia derivó la interferencia de Rusia en el proceso electoral de Estados Unidos. Trump venció a Clinton y no tuvo necesidad de recurrir a las argucias de las que luego se valió cuando Biden se impuso en las urnas.
Hay invenciones que de tanto remacharlas se transforman en falsas verdades y resultan dañinas en todos los ámbitos de la vida. Podría decirse que una buena parte de la nación ha caído bajo el influjo de un gran engaño. Parece mentira, pero lamentablemente no lo es. [©FIRMAS PRESS]
Escritora y periodista/
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