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El fin de un sueño

Considerar derechos de los jóvenes a comenzar con procesos de hormonas para cambiar de sexo y exigir a los padres y médicos proceder a la operación respectiva para lograrlo es un delito contra natura. 

Por Teresa Guevara de López
Maestra

Constantemente se habla de motivar a los jóvenes para que sueñen en grande con un futuro que les abrirá el camino en este mundo competitivo, mediante estudios y capacitaciones para acceder a un mejor sueldo,  convertirse en emprendedores y poder salir de la pobreza en que nacieron, ayudando a sus familias a tener un futuro mejor.  Tener ambición es esforzarse y atreverse a participar de los muchos programas que se ofrecen para lograrlo.

Pero no se habla de uno de los enemigos más grandes que pueden terminar con ese sueño: y es un embarazo, producto del inicio precoz de una actividad sexual, cada día más extendida entre los adolescentes.  Lamentablemente los programas que el gobierno y otras instituciones emprenden se limitan a reparto de anticonceptivos y preservativos, que lejos de ayudar facilitan el sexo seguro, que termina siempre en promiscuidad ya que la virtud de la fidelidad a una sola pareja no es posible en la adolescencia. Pero si advertimos que un embarazo precoz sí puede cortar de raíz el sueño más ambicioso, lo pensarán dos veces.

La decisión de quitar de las escuelas y unidades de salud los programas de educación sexual y de género  relacionados  con enfermedades de transmisión sexual es sumamente delicada y debe considerarse en su verdadera dimensión.  Aunque  los padres deben ser los primeros educadores de sus hijos, instruyéndolos en estos temas, es un hecho que la mayoría  no están capacitados para hacerlo, sea por ignorancia,  por considerarlo tabú, o porque la vida sexual de esos padres no ha sido muy recomendable ni ejemplar.

Pero lo que es importante es que las escuelas desarrollen programas en ciencias naturales con énfasis en las funciones del aparato reproductor y la responsabilidad que trae consigo el uso de su sexualidad.  Aunque para algunos educadores, la orden ministerial traía en combo la supresión de algunos puntos de los programas de Ciencias Sociales, sobre las prohibiciones para la reelección contenidas en la Constitución.  Pero lo verdaderamente absurdo es restringir información tan importante en las unidades de salud.

El tema de género también tiene sus interpretaciones. Se sabe que el género es un determinante gramatical: femenino, masculino y neutro y jamás una diferencia entre hombre y mujer: eso se llama sexo, aunque esta estupidez ha sido incorporada a documentos como el DUI y los pasaportes.  Pero si lo aplicamos a la defensa y respeto de minorías, como LGTB y otros, que aunque no estemos de acuerdo con sus ideas son ciudadanos con derechos y también para los cristianos, son hijos de Dios, es necesario  aceptarlos, respetarlos y otorgarles todos los derechos que les otorgan las leyes.

Pero lo que es un verdadero crimen es inculcarles que la condición de hombre o mujer es producto de la educación, y es una opción a la que el sujeto puede optar según lo desee, porque no solo confunde sino pervierte las mentes de criaturas todavía vulnerables.

En países del primer mundo hay escuelas que desde parvularia deciden que los varones lleguen algunos días vestidos como niñas y otros las niñas como varones. O que en los registros hospitalarios se deje en blanco el sexo de la criatura para que luego decida.  Considerar derechos de los jóvenes a comenzar con procesos de hormonas para cambiar de sexo y exigir a los padres y médicos proceder a la operación respectiva para lograrlo es un delito contra natura.  Este es uno de los grandes crímenes de la civilización occidental, matar la inocencia infantil, pervirtiendo su cerebro mediante una manipulación demoníaca.

¿Y en qué queda el sueño de mejora y  ser profesional?   Terminará con un embarazo, o con un joven totalmente confundido e inseguro si le aplicaron la nefasta idea de que pueden elegir el “género” por el que quieren ser reconocidos.


Maestra.

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